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sábado, 5 de diciembre de 2015

Panorama 20D

El 15M fue la consecuencia de un llamamiento interno que decidió a muchos ciudadanos a participar de otra forma en las decisiones públicas. A su vez, también fue un llamamiento a muchos otros ciudadanos para participar activamente, pero de una manera más sencilla, fácil, accesible... en definitiva, con mayor protagonismo.
En ese lodo primigenio apareció Pablo Iglesias, que debía de llevar tiempo meditando cómo participar en política con éxito, por lo que en vez de sumarse anónimamente al torrente de ciudadanos en pro de la participación en la política activa desde posiciones novedosas, convocó en torno a sí a su pequeña corte personal para que le ayudasen en su ascenso.
Así, partiendo de un esquema político y filosófico muy bien definido, se coló discretamente en el refrescante manantial recién brotado y trató de atraer hacia su causa a las personas ya movilizadas, pero aún desorientadas sobre las vías para organizar sus ideas en una gestión eficaz que llegase a las instituciones de gobierno; para ello revistió su programa con las consignas más populares y resultonas del momento, con lo que obtuvo un triunfo suficiente, si bien no pudo eludir las discrepancias con quienes ya intuían sus motivaciones personales.
De esta forma, aun controlando los mandos del nuevo partido, cada vez que hace un movimiento a Pablo se le notan más las maneras del líder con tendencias totalitarias, muy similares a otras (no solamente a las de la Venezuela chavista).
Primero aprovechó las condiciones para crear una estructura acorde a sus objetivos que, no obstante, pareciera surgir de la voluntad popular. Una vez creada, la dotó de órganos que controlasen rígidamente tanto la evolución de la misma como la dirección de sus decisiones, y sobre los cuáles él mismo ejerce un severo control. Y en el caso de que surgieran voces discordantes, en lugar de recurrir a su supuesta tolerancia, espíritu democrático, capacidad de escuchar... las declararía disidentes y las condenaría al ostracismo o incluso las expulsaría.
Es por todo ello que se niega en redondo a las coaliciones, a que su poder se disuelva en una ensalada de siglas en la que una parte de las decisiones no las controlaría no ya él, sino ni siquiera su organización.
Y en el peor de los casos, si en algún momento le pareciese que la cosa se le podría ir de las manos, haría un giro que le liberara de la llave y le pusiera en situación dominante, para lo cual lo mismo le daría cambiar al equipo que cambiar las reglas.
Si esas son las formas que se le entrevén, y hasta se le ven, ya en su propia formación política, no quiero ni pensar qué haría dirigiendo un país teniendo bajo su control todos los poderes del Estado, incluyendo las fuerzas de seguridad.
Lo que todo esto refleja es que lo que más le importa a Pablo Iglesias no es el pueblo, ni siquiera la ideología; lo que más le importa es el poder. Alguien con vocación de servicio público está dispuesto a ejercerlo en cualquier puesto que los ciudadanos le confíen, pero hace unos meses Pablo no tuvo reparo en decir que eso de estar cuatro años en la oposición no va con él.
No obstante, todo esto no condena a la desaparición a toda la organización Podemos. Parece que dentro de ella hay dos corrientes: la oficialista, defendida por la hermética cúpula y sus más fieles seguidores, y la originaria, que nació del 15M y propone otro modelo de partido. Si los partidarios de la última consiguen desprenderse de los de la primera, deberían hacerlo votando, por más que les duela, a otras fuerzas políticas. Así, aquellos de sus votantes que sean fieles a la izquierda pueden volverse hacia IU; los que son más combativos y no les importa quién les dirija pueden incluso apoyar a UPyD; y los indefinidos, bastará con que se abstengan o voten en blanco. Si Pablo no tiene palabra, al menos se producirá un terremoto en Podemos que debilite las columnas que le sostienen; y si la tiene, y la cumple, un buen revés electoral le hará marcharse, seguido seguramente de su panda de amiguetes.
Por otra parte, coincido con los analistas políticos en que resulta incomprensible que en estos tiempos de tensión socio-política y crisis económica, un partido centrista y combativo como UPyD esté al borde de la extinción. Dentro del panorama político actual la fragmentación del voto habría hecho posible que los de UPyD hubieran sido un aliado natural para Ciudadanos, deseable para el PSOE, y adecuado hasta para IU o Podemos, sumando fuerzas y proyecto con los primeros, y equilibrando las tendencias innatas en los demás. En su lugar, el votante se ha olvidado de ellos y les ha vuelto la espalda casi por completo; se ve que aquel no ha entendido que la cuestión no es que gobierne su líder (una vez se libraron de los personalismos de Rosa Díez), sino contar con la estructura del partido para movilizar las iniciativas ciudadanas y para darles en el parlamento un mayor peso. Ese es precisamente el papel que se habría esperado de Podemos, pero por algún motivo, tanto la personalidad de Pablo Iglesias como la de Rosa Díez parecen otorgarles un aura de megalomanía nada adecuada para una candidatura popular.
Sería una lástima que un partido como UPyD que se ha movido tanto y tan bien en la defensa efectiva de la gente desapareciera del mapa político nacional; en un tiempo tan necesitado de renovación política, dejar morir a semejante partido sería un gravísimo error carente de enmienda posible. Creo que sus votantes harían mejor en afiliarse al partido, hacer un llamamiento a los antiguos votantes para que no dejen caer en el vacío ese proyecto, y además tratar de convencer a otros para que lo voten e incluso para que se afilien: siendo una organización con tan escasa plantilla, no resultaría difícil que otros demócratas combativos alcanzaran la cúpula del partido e introdujeran nuevos aires en UPyD. Y si no les gusta el nombre o las siglas, siempre podrán refundar el partido.
No se molesten en buscar más alternativas. Ciudadanos se está mostrando cada vez más como una versión light del PP, que no hace ascos a corruptos mientras no se le note mucho. Y el vetusto PSOE se halla recubierto por el moho de la vieja maquinaria, de entre la que infructuosamente tratan de surgir algunas cabezas con aire de modernidad.
Y eso es todo. No hay más alternativas: o Podemos, sin Pablo Iglesias; o Izquierda Unida (o bien alguna de las fusiones entre ambos o de las confluencias que surgen como setas en un terreno muy húmedo y umbrío); o Unión Progreso y Democracia para el voto más de centro (en este caso da igual el matiz centro-derecha o centro-izquierda). Finalmente, los votantes de derecha, si de verdad aman a su país y quieren castigar la corrupción intrínseca a la estructura del Partido Popular, no tienen mejor opción que la abstención o el voto en blanco. Y créanme: el gobierno que salga de estas elecciones el 20D, ni va a quemar iglesias ni a crucificar comunistas.
En cualquier caso el gobierno que salga, salvo que traiga la añeja pestilencia del PP, la obsoleta náusea del PSOE, el renovado ánimo pútrido de Ciudadanos o la violeta jeta del coleta podemita, será un gobierno suficientemente sensato como para que empiecen a sanar algunas de las heridas del país, incluida la catalana.
Sinelo

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