Estos de ahora son
tiempos que para muchas personas resultan difíciles de leer. Lo más fácil es
interpretar los acontecimientos en clave local y con vistas al futuro más
inmediato. Pero en un mundo tan globalizado y variopinto hay que ser capaz de
tener una perspectiva mucho más amplia, tanto en el plano temporal como en el
geográfico. Así, existiendo un gran consenso en la percepción de cambios, con
diferentes alcances, la idea que prevalece es la de cambios en ubicaciones
geográficas concretas, con una proyección temporal cortoplacista.
No obstante, en mi
opinión lo que se cierne sobre el conjunto de la humanidad es, por definición,
por proyección, por necesidad, y hasta por higiene (para sanear el planeta y
nuestras sociedades), una nueva
revolución.
Ahora bien, esta nueva
revolución no puede en ningún modo tomar los modelos antiguos de movimiento
reactivo y violento. Físicamente al menos. Ni siquiera podemos permitir que se
fundamente en movimientos más recientes, como los ocurridos en la segunda mitad
del siglo pasado. Y tampoco resultan válidos movimientos ingenuos e
improvisados como las primaveras árabes o el 15M (si realmente fueron tan
improvisados).
Esta nueva revolución
tiene que ser, por fuerza, pacífica;
en lugar de ser una reacción vengativa, ha de ser una acción convincente, que
saque a cada cual de su error (también a quien promueva los cambios); una
acción convectiva, que aúne por
intereses comunes, y bajo principios universales (paz, igualdad, justicia, responsabilidad comunitaria e individual)
a todas las facciones. Tiene que ser una revolución
que nazca del pueblo, y no de ninguna élite, o de
círculos próximos a las élites; sin líderes ni dirigentes, aunque por una mera
cuestión de funcionalidad, con coordinadorxs.
Y tiene que ser, por una cuestión de viabilidad, y por mucho que el miedo nos
atenace, una revolución mundial. No hay otra salida.
Sinelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario