Hay cosas que damos por
sentadas dejándonos poseer por una suerte de estupidez ciega, hasta tal punto
que se nos antoja inimaginable vivir sin ellas. La que más evidentemente
imprescindible nos parece, a nivel cotidiano, prescindiendo de comodidades obvias
como el agua corriente calefactada o la electricidad, es el dinero. Concedemos
a éste una importancia vital como si la humanidad lo hubiera utilizado
"desde siempre", olvidando o, más probablemente, ignorando, que la
humanidad generó civilizaciones complejas sin utilizar ese elemento.
Internet, pese a su
modernidad, nos facilita el acceso a conocimientos muy antiguos. A través de
ella llegué muy pronto al Gutenberg Project,
que pone a nuestra disposición miles de obras literarias, la gran mayoría
clásicos de todas las épocas, desde los autores latinos y griegos hasta los
primeros del siglo XX, o incluso algunos de mediados de dicho siglo. Ello me
permitió consultar en su versión original obras tan celebérrimas como las
"Mil y una noches", el
"Kama Sutra" o "Aforismos del Amor",
insuficientemente conocido en mi opinión (aunque en ambos casos su
"originalidad" se remonte a la primera traducción al inglés realizadas
ambas por Sir Richard F. Burton), los "Viajes
de Gulliver" de Jonathan Swift, "La rama dorada" de J. G. Frazer o "Del Deber de la Desobediencia Civil" de Henry D. Thoreau, y
otras menos conocidas pero también muy recomendables como "La Biblia de la Mujer" de Elizabeth
C. Stanton, "Credos Paganos y
Cristianos" de Edward Carpenter y libros apócrifos y deuterocanónicos
de la Biblia, o "Anthem" de
Ayn Rand.
La traducción de
algunos de esos volúmenes me condujo a la necesidad de consultar un diccionario
de la época: "The 1913 Webster
Unabridged Dictionary". Generalmente el mejor modo de analizar y
evaluar la evolución social son los conceptos, y en concreto el lenguaje como
forma perdurable de expresión de aquellos desde hace milenios, de modo que me
resultó amargamente chocante la evolución del significado de la palabra
"usura", la cual refleja tan fiel como injuriosamente la evolución
ética de nuestra sociedad occidental. Así, resulta doloroso observar que esta
palabra comenzara siendo el uso que se da al dinero recibido a modo de préstamo
sin interés, para pasar a convertirse en el interés cobrado por dicho préstamo
y, finalmente, en dicho interés sólo cuando resulta excesivo.
En concreto, dentro de
la entrada correspondiente, podemos leer estas observaciones:
«La práctica de
solicitar como devolución del dinero prestado algo más que la cantidad
prestada, antiguamente se creía que era un gran daño moral, y mayor cuanto más
se tomaba. Ahora no se considera peor pagar por el uso de dinero que por el uso
de una casa, o de un caballo, o de cualquier otra propiedad. Pero la
persistente influencia de la opinión anterior, junto al hecho de que la
naturaleza del dinero facilite al prestamista oprimir al prestatario, ha provocado
que casi todas las naciones cristianas fijen por ley el índice de compensación
por el uso de dinero. En los últimos años,* no obstante, la opinión de que el
dinero ha de prestarse y devolverse, o ha de comprarse y venderse, en los
términos que cualesquiera partes acuerden, como cualquier otra propiedad, se ha
asentado en todas partes». ("American
Cyclopedia")
* Recordemos que la obra data de 1.913.
Hemos de ir más allá de
buscar posibles motivaciones que justifiquen esa degradación ética, que no son
otras que una especie de acomodación del organismo social colectivo a las dosis
de egoísmo que el uso de dinero y, sobre todo, del concepto de "propiedad
privada" como superlativo de aquel otro tan razonable como es el de
"propiedad", nos ha inyectado en vena con un gotero lento pero
inexorable.
Reconociendo ésta como
una época de cambios profundos a nivel mundial, y justo en estos días de la
primera quincena de diciembre de 2015 en que se debaten los cambios necesarios
para mantener la salud del planeta, no podemos eludir la obligación de
plantearnos cambiar también aquellos elementos que nos polucionan moral y
éticamente como única forma de desprendernos del chapapote pringoso que ahora
nos cubre, hasta volver a aquella desnudez edénica de la satisfacción más
sencilla y natural, y que menos recursos precise, de nuestras necesidades
básicas en tanto que seres humanos, pero también de aquellas colectivas como
especie evolucionada que avanza en pos de su progreso óptimo, lo cual ha de
incluir ineludiblemente el respeto hacia nuestros semejantes y hacia el entorno
común del que todxs dependemos. Obrar de otra forma, o con otros objetivos,
sería una manera de encaminarnos al final hacia el desastre seguro.
Sinelo