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sábado, 2 de enero de 2016

Ojalá se suicidaran todxs lxs que me caen mal



La Pedroche la ha vuelto a liar en las redes sociales. Ya el año pasado se armó el gran revuelo con su precioso vestido de transparencias, que colgando a su aire resultaba muy elegante y discreto, pero estirado por las propias manos de Cristina se reveló un fino velo que sólo oscurecía un poco los encantos que ya no lograba ocultar. Como era de esperar en un país cuyo bien atornillado catolicismo ancla en la Edad Media a una parte significativa de la población, ese coqueteo con las transparencias en una noche tan "señalada" y tan "familiar" levantó oleadas de indignación extremista por ambos márgenes de la tolerancia.
Por una parte, las cándidas almas cristianas se escandalizaron ante lo que no pasaba de ser un leve atrevimiento, interpretado por ellos, y lo que es peor, por ellas, como una obscena provocación pública al desenfreno sensual o, en el mejor de los casos, un canto al mal gusto, a la indecencia.
Por otra, los movimientos feministas entendieron ese gesto de libertad femenina, tal y como la propia Cristina Pedroche enfatizó con mucho orgullo en varias ocasiones en los medios de comunicación y en las redes sociales, como una muestra más de la utilización del cuerpo de la mujer como objeto comercial o de incitación al consumo.
Al primer grupo sólo puedo desearles que actualicen sus conceptos, aun sabiendo de la inutilidad de mi consejo, puesto que también esta observación la tomarán con escandalizado ánimo. A lxs miembrxs del segundo grupo va más bien encaminada mi reflexión.
Aquellas situaciones que nos ponen ante un dilema moral procuramos evitarlas como si se tratara de traicioneros páramos en los cuales podemos acabar hundiéndonos irremisiblemente. Tratándose de la elección entre la vida o la muerte, lxs más progresistas y quienes no lo son tanto no hallamos razones para mantener con vida a una persona que está sufriendo sin remedio y que voluntariamente y plenamente consciente del alcance de su petición expresa el deseo de que se ponga término a su vida; con la misma facilidad de decisión y similares escrúpulos discutimos acerca del derecho de una mujer a decidir sobre la vida nonata que lleva en su vientre, concediéndole la razón en algunos casos y negándosela en otros.
A los dos grupos antes mencionados les resulta extremadamente difícil aceptar que una persona, generalmente una mujer, acepte vivir trabajando con su cuerpo para ofrecer gratificante placer sexual o, cuando menos, visual, a otras personas, generalmente hombres, mientras que ambos grupos toleran de manera más o menos discreta, es decir, en su vida privada (concepto que puede incluir a varias personas) conductas similares o incluso de una ética mucho más cuestionable.
Así, en el primer grupo de manera hipócrita se viene tolerando y en algunos círculos incluso fomentando esa misma prostitución, siempre que cumpla el ineludible requisito de satisfacer los caprichos de quienes pagan por esos servicios, generalmente hombres de un determinado nivel económico. Y por supuesto, resulta indiscutible el sometimiento delx otrx a los perversos requerimientos delx "superior" cuando se habla del mundo laboral, en el cual muchos individuos incluyen sin el menor rubor el mercadeo forzoso con el cuerpo ajeno.
Por su parte, el segundo grupo no duda en tolerar incluso aquellos comportamientos sexuales más extremos, abarcando con la mayor naturalidad los más promiscuos, siempre que se lleven a cabo de forma voluntaria, contradiciendo así sus propios puntos de vista cuando a esa voluntariedad se le suma la contraprestación económica o una compensación bajo la forma de discretos favores sociales de distinta naturaleza.
El respeto a los derechos individuales y a sus fundamentos resulta un elemento de muy difícil encuadre mental para muchas personas que viven encajadas en esquemas conceptuales delimitados por antiquísimas normas morales, y muy especialmente por aquellas basadas en las religiones monoteístas. También, como vemos, es algo muy difícil de asimilar por aquellxs que paradójicamente se ven a sí mismxs muy capaces de ello.
Como ciudadano de a pie me considero un filósofo práctico, es decir, alejado de aquellxs otrxs cuyo trabajo llena páginas y páginas de incomprensibles reflexiones expresadas en un lenguaje tan enrevesado que cada una de sus obras debería incluir opcionalmente un diccionario de términos técnicos. No obstante, como ciudadano sentado soy más bien un filósofo teórico que trata de formular teorías filosóficas que hagan plenamente compatibles la convivencia en sociedad y el más profundo respeto a las libertades individuales.
Mientras que la gran mayoría de la población se muestra favorable a permitir una enorme libertad individual de manera abstracta, cuando a esa libertad se le adjuntan matices de acción rápidamente se tiende a imponer las propias creencias y conceptos morales a esa libertad ajena. Es cierto que resultaría una sociedad fría e inhumana aquella en que se contemplaran con indiferencia las acciones de libre arbitrio cuyas causas fueran o parecieran el reflejo de condicionantes que coartan esa libertad, o bien que produjesen consecuencias graves para otras personas; pero la protección delx otrx contra sí mismx no puede ser nunca una imposición que le ate por tiempo indefinido a unas normas sociales que en otros aspectos de su vida sí le concedan plena libertad de acción.
La lucha contra la explotación de un ser humano por otro no debería hacernos perder de vista nunca la posibilidad de que una persona, libre y voluntariamente, decida ceder una parte de su capacidad de decisión; es así cuando quien se beneficia de ese sometimiento es el conjunto de la sociedad (aunque esta sea una afirmación muy cuestionable), al incorporarse los individuos a los cuerpos y fuerzas de seguridad, por ejemplo. Paralelamente, por razones que nada tienen que ver con la defensa de las libertades individuales, se permite un sometimiento mucho mayor y mucho más estricto en las sectas y en las órdenes religiosas ¿Por qué habría de considerarse ilegítimo que un individuo adopte medidas similares en otro tipo de relaciones?
En definitiva: tenemos que combatir la explotación de un ser humano por otro, pero no tenemos ningún derecho a oponernos a aquellas acciones que son ejercidas voluntaria y libremente, por más que en nuestro propio esquema filosófico o moral no tengan cabida comportamientos similares. Nuestros conceptos pueden definirnos a nosotrxs mismxs y determinar nuestro comportamiento, pero jamás deberíamos imponerlos a lxs demás bajo la justificación de defender aquello que, precisamente, en la práctica estamos atacando.
Sinelo