La Pedroche la ha
vuelto a liar en las redes sociales. Ya el año pasado se armó el gran revuelo
con su precioso vestido de transparencias, que colgando a su aire resultaba muy
elegante y discreto, pero estirado por las propias manos de Cristina se reveló
un fino velo que sólo oscurecía un poco los encantos que ya no lograba ocultar.
Como era de esperar en un país cuyo bien atornillado catolicismo ancla en la
Edad Media a una parte significativa de la población, ese coqueteo con las
transparencias en una noche tan "señalada" y tan "familiar"
levantó oleadas de indignación extremista por ambos márgenes de la tolerancia.
Por una parte, las
cándidas almas cristianas se escandalizaron ante lo que no pasaba de ser un
leve atrevimiento, interpretado por ellos, y lo que es peor, por ellas, como
una obscena provocación pública al desenfreno sensual o, en el mejor de los
casos, un canto al mal gusto, a la indecencia.
Por otra, los
movimientos feministas entendieron ese gesto de libertad femenina, tal y como
la propia Cristina Pedroche enfatizó con mucho orgullo en varias ocasiones en
los medios de comunicación y en las redes sociales, como una muestra más de la
utilización del cuerpo de la mujer como objeto comercial o de incitación al
consumo.
Al primer grupo sólo
puedo desearles que actualicen sus conceptos, aun sabiendo de la inutilidad de
mi consejo, puesto que también esta observación la tomarán con escandalizado
ánimo. A lxs miembrxs del segundo grupo va más bien encaminada mi reflexión.
Aquellas situaciones
que nos ponen ante un dilema moral procuramos evitarlas como si se tratara de
traicioneros páramos en los cuales podemos acabar hundiéndonos
irremisiblemente. Tratándose de la elección entre la vida o la muerte, lxs más
progresistas y quienes no lo son tanto no hallamos razones para mantener con
vida a una persona que está sufriendo sin remedio y que voluntariamente y
plenamente consciente del alcance de su petición expresa el deseo de que se
ponga término a su vida; con la misma facilidad de decisión y similares
escrúpulos discutimos acerca del derecho de una mujer a decidir sobre la vida
nonata que lleva en su vientre, concediéndole la razón en algunos casos y
negándosela en otros.
A los dos grupos antes
mencionados les resulta extremadamente difícil aceptar que una persona,
generalmente una mujer, acepte vivir trabajando con su cuerpo para ofrecer
gratificante placer sexual o, cuando menos, visual, a otras personas,
generalmente hombres, mientras que ambos grupos toleran de manera más o menos
discreta, es decir, en su vida privada (concepto que puede incluir a varias
personas) conductas similares o incluso de una ética mucho más cuestionable.
Así, en el primer grupo
de manera hipócrita se viene tolerando y en algunos círculos incluso fomentando
esa misma prostitución, siempre que cumpla el ineludible requisito de
satisfacer los caprichos de quienes pagan por esos servicios, generalmente
hombres de un determinado nivel económico. Y por supuesto, resulta indiscutible
el sometimiento delx otrx a los perversos requerimientos delx
"superior" cuando se habla del mundo laboral, en el cual muchos
individuos incluyen sin el menor rubor el mercadeo forzoso con el cuerpo ajeno.
Por su parte, el
segundo grupo no duda en tolerar incluso aquellos comportamientos sexuales más
extremos, abarcando con la mayor naturalidad los más promiscuos, siempre que se
lleven a cabo de forma voluntaria, contradiciendo así sus propios puntos de
vista cuando a esa voluntariedad se le suma la contraprestación económica o una
compensación bajo la forma de discretos favores sociales de distinta
naturaleza.
El respeto a los
derechos individuales y a sus fundamentos resulta un elemento de muy difícil
encuadre mental para muchas personas que viven encajadas en esquemas
conceptuales delimitados por antiquísimas normas morales, y muy especialmente
por aquellas basadas en las religiones monoteístas. También, como vemos, es
algo muy difícil de asimilar por aquellxs que paradójicamente se ven a sí
mismxs muy capaces de ello.
Como ciudadano de a pie
me considero un filósofo práctico, es decir, alejado de aquellxs otrxs cuyo
trabajo llena páginas y páginas de incomprensibles reflexiones expresadas en un
lenguaje tan enrevesado que cada una de sus obras debería incluir opcionalmente
un diccionario de términos técnicos. No obstante, como ciudadano sentado soy
más bien un filósofo teórico que trata de formular teorías filosóficas que
hagan plenamente compatibles la convivencia en sociedad y el más profundo
respeto a las libertades individuales.
Mientras que la gran
mayoría de la población se muestra favorable a permitir una enorme libertad
individual de manera abstracta, cuando a esa libertad se le adjuntan matices de
acción rápidamente se tiende a imponer las propias creencias y conceptos
morales a esa libertad ajena. Es cierto que resultaría una sociedad fría e
inhumana aquella en que se contemplaran con indiferencia las acciones de libre
arbitrio cuyas causas fueran o parecieran el reflejo de condicionantes que
coartan esa libertad, o bien que produjesen consecuencias graves para otras
personas; pero la protección delx otrx contra sí mismx no puede ser nunca una
imposición que le ate por tiempo indefinido a unas normas sociales que en otros
aspectos de su vida sí le concedan plena libertad de acción.
La lucha contra la
explotación de un ser humano por otro no debería hacernos perder de vista nunca
la posibilidad de que una persona, libre y voluntariamente, decida ceder una
parte de su capacidad de decisión; es así cuando quien se beneficia de ese
sometimiento es el conjunto de la sociedad (aunque esta sea una afirmación muy
cuestionable), al incorporarse los individuos a los cuerpos y fuerzas de
seguridad, por ejemplo. Paralelamente, por razones que nada tienen que ver con
la defensa de las libertades individuales, se permite un sometimiento mucho
mayor y mucho más estricto en las sectas y en las órdenes religiosas ¿Por qué
habría de considerarse ilegítimo que un individuo adopte medidas similares en
otro tipo de relaciones?
En definitiva: tenemos que
combatir la explotación de un ser humano por otro, pero no tenemos ningún
derecho a oponernos a aquellas acciones que son ejercidas voluntaria y
libremente, por más que en nuestro propio esquema filosófico o moral no tengan
cabida comportamientos similares. Nuestros conceptos pueden definirnos a
nosotrxs mismxs y determinar nuestro comportamiento, pero jamás deberíamos
imponerlos a lxs demás bajo la justificación de defender aquello que,
precisamente, en la práctica estamos atacando.
Sinelo