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jueves, 14 de enero de 2016

1984: Una ficción realista




La conocida novela de George Orwell es uno de esos libros de los que todo el mundo habla, pero muy pocxs hemos leído (como asimismo ocurre con "Las Mil y Una Noches", el "Kama Sutra", la Biblia, "El Corán", "El Quijote" y muchas otras), y muchxs ni siquiera han visto, no ya la película en concreto, sino ninguna película basada en ella o que trate el tema de una sociedad oprimida que vive bajo el engaño, como "La isla" o "Desafío total", por no hablar del espectacular espejismo sionista de la tan trillada "Matrix". Para quienes prefieran la lectura, además de la propia "Mil Novecientos Ochenta y Cuatro", les recomiendo "Anthem" de Ayn Rand, cuyo título se suele traducir como "Himno", aunque creo más acertado y apropiado "Anatema", por las implicaciones de la palabra de condenar al ostracismo y a la destrucción aquello que está prohibido, proscrito.
Volviendo al título, la gente suele entender, cuando alguien cita la novela, que se habla meramente de una sociedad sumida en una intensa observación y vigilancia, pero esa es sólo una parte de la historia; la parte, justamente, que la tecnología actual ha convertido en algo más que una realidad plausible. "Mil Novecientos Ochenta y Cuatro" nos muestra los exteriores, las calles y parques, en la zona donde viven lxs miembrxs del Partido, vigilados con miles de cámaras. Y muchas personas creen que esa sociedad vigilada consiste en eso y poco más. Pero, obviamente, se equivocan, y mucho.
En la obra, Orwell nos habla de Winston, un ciudadano que vive en una zona que hoy día se nos antojaría de una soberbia pobreza, pero que es miembro del Partido. Ello le permite trabajar en un Ministerio y a la vez le mantiene bajo una vigilancia mucho más intensa de lo que él mismo pensaba, tal y como va descubriendo conforme avanzamos en la lectura, por más que el sistema utilice a los siempre manipulables niñxs para vigilar y delatar a sus propios padres. Así, desde una gran pantalla instalada en cada piso, el sistema ve y oye lo que se hace y dice en cada hogar, como en esos televisores a los que se conecta una cámara y un micrófono con la inocente intención de jugar. Pero es más, hoy día, con los teléfonos inteligentes y las tabletas nos vamos a la intimidad del baño, sin darnos cuenta de que el asistente, además de ser una "secretaria" a nuestro servicio, es también un elemento de visión y de escucha hackeable y, por tanto, que cualquiera puede usar sin nuestro permiso ni nuestra supervisión. Y que conste que estoy citando solamente las herramientas más superficiales y evidentes, pero hay muchas más, incisivas, sutiles, que por sí solas parecen meros granos de cereal o de legumbre en una cartulina escolar, pero que coordinadas convenientemente suponen potentes herramientas de clasificación y discernimiento.
Pero hay más. La sociedad orwelliana contiene otra parte en la que se nos presenta una macrodictadura más o menos sobreentendida, en la cual lxs ciudadanxs se dividen básicamente en dos: lxs del Partido y quienes no son del Partido, a quienes se considera inferiores, casi no humanxs. Mientras que lxs del Partido, a su vez, y sin ser plenamente conscientes de las diferencias que realmente hay, y que por tanto, ello supone, se dividen en al menos cuatro niveles, según se deja entrever en la obra, con distintos rangos de privilegios, cual clase media engañada por su propio "poder adquisitivo", falaz expresión que sugiere "riqueza".
Se nos habla también de un constante estado de guerra, en el que el enemigo cambia cada poco tiempo sin que la población tenga claro el motivo (Sadam Hussein, Bin Laden, Gadaffi…), empujadxs simplemente a gritar y a odiar a uno o a otro según toque. Entre tanto, a la gente se la consuela de su pobreza ofreciéndole imágenes de guerra, destrucción, desolación y hambre en países que aquella cree lejanos, que aquella cree enemigxs merecedores de ello.
Y siempre, detrás de todo, de cada decisión, de cada injusticia, hay una mano y unos intereses opacos, que ni siquiera lxs dirigentes parecen conocer muy bien, como manejadxs por una mano siempre superior, siempre oculta, que por mucho que unx se interne en las élites dirigentes siempre parece quedar por encima de todo y a salvo de todxs.
Si realmente somos seres humanos, ya se trate de una sociedad en la cual se elimina a lxs individuxs de forma selectiva, como en "La isla", o de una sociedad sometida con la excusa de la escasez de un suministro tan vital como el aire, que se nos presenta en "Desafío total", o de una sociedad cuya opinión pública se halla tan manipulada como en "Matrix", si realmente somos seres humanos, y nos queda algo de dignidad, tenemos la obligación y la necesidad de soltar el bocado con que nos guían cual montura, erguirnos, y tomar juntxs las riendas de nuestro destino común, y hemos de hacerlo antes de que cualquier acción resulte infructuosa, por masiva que sea y por coordinada que esté.
Sinelo
(si quieres saber más, lee "El Dilema de la Edad" https://t.co/b2osHLHLPd
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