La conocida novela de
George Orwell es uno de esos libros de los que todo el mundo habla, pero muy
pocxs hemos leído (como asimismo ocurre con "Las Mil y Una Noches", el "Kama Sutra", la Biblia, "El Corán", "El
Quijote" y muchas otras), y muchxs ni siquiera han visto, no ya la
película en concreto, sino ninguna película basada en ella o que trate el tema
de una sociedad oprimida que vive bajo el engaño, como "La isla" o "Desafío total", por no hablar del
espectacular espejismo sionista de la tan trillada "Matrix". Para quienes prefieran la lectura, además de la
propia "Mil Novecientos Ochenta y
Cuatro", les recomiendo "Anthem"
de Ayn Rand, cuyo título se suele traducir como "Himno", aunque creo más acertado y apropiado "Anatema", por las implicaciones de
la palabra de condenar al ostracismo y a la destrucción aquello que está
prohibido, proscrito.
Volviendo al título, la
gente suele entender, cuando alguien cita la novela, que se habla meramente de
una sociedad sumida en una intensa observación y vigilancia, pero esa es sólo
una parte de la historia; la parte, justamente, que la tecnología actual ha
convertido en algo más que una realidad plausible. "Mil Novecientos Ochenta y Cuatro" nos muestra los exteriores,
las calles y parques, en la zona donde viven lxs miembrxs del Partido,
vigilados con miles de cámaras. Y muchas personas creen que esa sociedad
vigilada consiste en eso y poco más. Pero, obviamente, se equivocan, y mucho.
En la obra, Orwell nos
habla de Winston, un ciudadano que vive en una zona que hoy día se nos
antojaría de una soberbia pobreza, pero que es miembro del Partido. Ello le
permite trabajar en un Ministerio y a la vez le mantiene bajo una vigilancia mucho
más intensa de lo que él mismo pensaba, tal y como va descubriendo conforme
avanzamos en la lectura, por más que el sistema utilice a los siempre
manipulables niñxs para vigilar y delatar a sus propios padres. Así, desde una
gran pantalla instalada en cada piso, el sistema ve y oye lo que se hace y dice
en cada hogar, como en esos televisores a los que se conecta una cámara y un
micrófono con la inocente intención de jugar. Pero es más, hoy día, con los
teléfonos inteligentes y las
tabletas nos vamos a la intimidad del baño, sin darnos cuenta de que el asistente,
además de ser una "secretaria" a nuestro servicio, es también un
elemento de visión y de escucha hackeable
y, por tanto, que cualquiera puede usar sin nuestro permiso ni nuestra
supervisión. Y que conste que estoy citando solamente las herramientas más
superficiales y evidentes, pero hay muchas más, incisivas, sutiles, que por sí
solas parecen meros granos de cereal o de legumbre en una cartulina escolar,
pero que coordinadas convenientemente suponen potentes herramientas de
clasificación y discernimiento.
Pero hay más. La sociedad
orwelliana contiene otra parte en la que se nos presenta una macrodictadura más
o menos sobreentendida, en la cual lxs ciudadanxs se dividen básicamente en
dos: lxs del Partido y quienes no son del Partido, a quienes se considera
inferiores, casi no humanxs. Mientras que lxs del Partido, a su vez, y sin ser
plenamente conscientes de las diferencias que realmente hay, y que por tanto,
ello supone, se dividen en al menos cuatro niveles, según se deja entrever en
la obra, con distintos rangos de privilegios, cual clase media engañada por
su propio "poder adquisitivo", falaz expresión que sugiere
"riqueza".
Se nos habla también de
un constante estado de guerra, en el que el enemigo cambia cada poco tiempo sin
que la población tenga claro el motivo (Sadam Hussein, Bin Laden, Gadaffi…),
empujadxs simplemente a gritar y a odiar a uno o a otro según toque. Entre
tanto, a la gente se la consuela de su pobreza ofreciéndole imágenes de guerra,
destrucción, desolación y hambre en países que aquella cree lejanos, que
aquella cree enemigxs merecedores de ello.
Y siempre, detrás de
todo, de cada decisión, de cada injusticia, hay una mano y unos intereses
opacos, que ni siquiera lxs dirigentes parecen conocer muy bien, como manejadxs
por una mano siempre superior, siempre oculta, que por mucho que unx se interne
en las élites dirigentes siempre parece quedar por encima de todo y a salvo de
todxs.
Si realmente somos seres
humanos, ya se trate de una sociedad en la cual se elimina a lxs individuxs de
forma selectiva, como en "La isla",
o de una sociedad sometida con la excusa de la escasez de un suministro tan
vital como el aire, que se nos presenta en "Desafío total", o de una sociedad cuya opinión pública se
halla tan manipulada como en "Matrix",
si realmente somos seres humanos, y nos queda algo de dignidad, tenemos la
obligación y la necesidad de soltar el bocado con que nos guían cual montura,
erguirnos, y tomar juntxs las riendas de nuestro destino común, y hemos de
hacerlo antes de que cualquier acción resulte infructuosa, por masiva que sea y
por coordinada que esté.
Sinelo
(si quieres saber más, lee "El Dilema de la Edad" https://t.co/b2osHLHLPd
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