Esta mañana he recordado por qué no sirvo para comercial: mi
dignidad y la de mis clientes está por encima de cualquier beneficio
económico.
No quiero decir con eso que el trabajo de comercial no sea digno;
toda actividad, hasta la de sacerdote, como sabemos, puede ejercerse
con dignidad o sin ella, pero hemos de reconocer que hay profesiones
en las que resulta más fácil dejarse llevar por la presión para
socavar la dignidad del otro o incluso la propia: comercial, abogado,
periodista, policía...
Sólo en una ocasión he ocupado un puesto de trabajo con un perfil
meramente comercial; sólo duré dos meses y medio, y todo ese tiempo
lo pasé fatal, pero sobre todo cuando le encasqueté un compromiso
contractual de cincuenta euros mensuales a un inmigrante sin empleo.
Tuve remordimientos durante varios días.
Toda esta reflexión viene a cuento de que esta mañana he intentado
deshacerme por fin de mi “tontofon” de mierda, cuyo timbre no se
oye salvo que esté libre de obstáculos sonoros y físicos, cuya
vibración no se nota salvo que tengas la piel tan sensible como un
sismógrafo, y que ni siquiera te permite mover archivos entre
carpetas, y adquirir un smartphone, conservando mi número de móvil
con tarifa de prepago. Sé que se puede hacer; al menos mi compañía
lo hace, según me dijeron hace pocos meses. Llevaba dinero de sobra,
como siempre que me propongo adquirir algo. Y cuando no me llega,
simplemente lo digo enseguida, no trato de enredar a la persona que
me atiende, ni le regateo cantidades o plazos; simplemente desisto y
me voy, porque entiendo que su oferta forma parte de su trabajo, y
porque por mi parte no tengo porqué complicárselo.
El caso es que tras consultar en mi propia compañía, Vomistar, en
mi tienda habitual, dicho sea de paso, y en otra de Rovafone, me han
dejado bien claro que la estrategia comercial de ambos
establecimientos (me consta que su oferta comercial es independiente
hasta cierto punto de aquella de la compañía telefónica a la que
están adscritas) se basa en dar atención a clientes “fiables”,
esto es, con un gasto mensual asegurado y significativo. Gracioso
teniendo en cuenta que llevo desde el año 1997 en la misma compañía
y que nunca les he dado problemas; es más, cuando mi situación me
lo ha permitido me he llegado a gastar más de cien euros en un mes a
base de recargas.
La cuestión es que mi evidente pobreza me condena a pasar por el aro
de tragar con las ofertas abusivas que quieran hacerme, o bien a
quedarme indefinidamente con este arcaico terminal (que sí, que
tiene pantalla táctil, pero no deja de ser un “tontofon”). De
modo que me he vuelto a casa, con mi dinero y con mi bonito terminal,
al que juraría que se le ha escapado un suspiro, aguardando al día
en que, o yo cambie, o la sociedad cambie. Ya veremos quién gana.