VotoHispaBlog

Dame tu voto en HispaBloggers!

domingo, 24 de julio de 2016

Mi Historia


Llevaba horas caminando. Había estado toda la tarde caminando. Mis zapatos parecían una sucia prolongación de la suciedad de mis pies; parecían haber nacido y crecido a partir de ellos. Mi cabello era una maraña de arañas que correteaban sin cesar sobre mi cráneo desnudo; casi me habían ya irritado la piel. Mi ropa, o lo que quedaba de ella, eran como jirones de mi piel ennegrecidos por el tiempo. Y una jodida nube gris se había empeñado en acompañarme todo el camino. Era gorda como la señora del quinto, esa que siempre me acompaña hasta el décimo, con tal de no quedarse con la última parte del cotilleo en la garganta. Era húmeda, muy húmeda la nube, aunque la muy jodida no se decidía a llover, y me dolían todos los huesos y parecían cañas prestadas para darme algún relleno que sostuviera mi cuerpo.
Me paré un momento, miré al cielo, y suspiré, lanzando con mi aliento casi todas las pocas fuerzas que me quedaban.
  • Me gustaría que lloviera. – Tras un par de pasos, me detuve de nuevo y miré otra vez al cielo–. Pero no llueve, la jodida.
No sé de dónde rayos salió ella. Era pequeña y delgada, y se movía como un tornado, revolviéndolo todo hasta dejarlo a su gusto. A su paso, algunas cosas desaparecían en sus bolsillos. Pero se movía tan deprisa que apenas la vi; más bien la presentía, la intuía, o la deducía en función del caos que provocaba. En un momento me agarró de la mano y al momento siguiente me soltó la otra frente a una verja metálica.
Era un paraje que nunca había visto. Me asomé por los barrotes de la puerta, y entré. Estaba abierta. Justo delante de mí había un huerto diminuto. No parecía haber el menor orden en los cultivos; había de todo, y todo estaba anárquicamente distribuido. La tierra negra, sin embargo, había sido arada en surcos rojos, con un amor inmenso, por unos dedos maravillosos de tacto aterciopelado. Y justo a mis pies había una regadera recién llena con agua fresca de manantial. La tomé y la volqué con cuidado sobre la tierra, y ésta gozó la lluvia y la bebió ávidamente.
Abrí entonces los ojos y me sentí empapado. Era a mí a quien ella regaba. Me sonrió; le sonreí, y vi sus ojos y su carita redonda detrás de la ventana. Sentí sus labios, el vacío, sus labios de nuevo sobre los míos. Y sus ojos, sin dejar de mirarme. Pero yo miré, y ella seguía allí, detrás de la ventana. Entonces salió. Se acercó caminando como un fantasma; a veces el lado izquierdo flotaba más que el derecho, a veces flotaba más el derecho.
Al llegar a mí sonrió de nuevo, y mi boca le sirvió de espejo. Su mano incorpórea me rozó el pecho y se guardó mi rojo palpitante, con mucho cuidado, poniéndolo a funcionar junto al suyo. Su mirada en mis ojos rozó mi nuca, y mi alma se fue con ella, como si me la hubiera robado del aliento que respiraba en un beso inesperado.
Dio media vuelta y comenzó a caminar. Y yo, que ya no tenía voluntad, ni quería tenerla, la seguí bailando su caminar; bailando yo también, su caminar.
Una mariposa blanca se cruzó en su camino y se detuvo a mirarla, y a reír. La oí reír como a una niña. La oí reír llena de amor y felicidad, y yo reí con ella; y lloré de amor y de risa. Y rió el cielo; y el padre Sol rió acariciándole la mejilla perfumada. Y hasta los ángeles rieron contagiados; pero se fueron pronto, henchidos de envidia hacia su inocencia picardeada.
Al llegar a la puerta se puso seria. Y de nuevo vi su rostro tras el cristal de la ventana. No sé... no sé qué dije; no sé qué no dije... ni sé qué hice, ni qué no hice...
Miré a mi alrededor. Un pequeño cuadradito verde era donde estaban mis pies; limpios adorables y blancos en su desnudez. La hierba que pisaba se agitaba como su flequillo con el viento. El calor de la tierra era el de su mano. Rebosante de florecillas blancas y amarillas el jardín parecía sonreírme; como ella. Un banco de cálida madera basta me recordaba sus formas. Me eché en él y sentí su cuerpo abrazarme.
Contemplé tumbado en la hierba las nubes blancas jugando con el arco iris, que tan pronto era sonrisa como ave, o perro, o pompa de jabón. Tan bien jugaba él a imitarlas. Y se asomó la luna, llamándome a casa. Yo miré la verja, miré la ventana, y mi corazón se expandió hasta fundirse con todo lo que me rodeaba y no ser nada.
  • Vete, Noche; vete, Luna, y Alborada. Id a casa que aquí es donde vivo yo ahora, aunque no me hable, aunque ni me mire callada.
Miré otra vez, hacia la ventana, y vi su carita redonda, sonrojarse, quizá enamorada. «¡Ojalá!» – suspiré en silencio – «ojalá algún día salga, y me tome de la mano para llevarme dentro, o para llevarme, a donde haga falta».
A veces veo por la verja la gente que pasa. Y me miran y me llaman «el loco de la casa fantasma». Pero no oigo nada, sino el amor que palpita en sus ojos a mi espalda. Aunque cuando me vuelvo a mirarla es ella quien proyecta una nube de agua sobre mi ardiente deseo de ararla y regarla con mil versos nuevos... ¡Shhh!, guardad silencio, que duerme ahora, arropada en la casa...