VotoHispaBlog

Dame tu voto en HispaBloggers!

jueves, 1 de diciembre de 2016

Mi Deísmo


Como andaluz nacido en una familia muy humilde y casi sin formación de una ciudad relativamente pequeña durante los últimos años de una dictadura ultracatólica, me tocó mamar una serie de creencias y principios obligatoriamente indiscutibles, incuestionables por tradición y por ley.
Algunos de los colegios de mi ciudad reflejaban bien esa tradición en sus meros nombres: “San Joaquín”, “La Sagrada Familia”... A este último fue al que, hasta donde yo sé, por una cierta casualidad, acabé asistiendo.
La primera vez que empecé a cuestionarme las presuntas verdades que los sacerdotes proclamaban fue después de hacer la Primera Comunión. Los mismos deseos físicos y actos privados que había venido llevando a cabo tiempo atrás, y que por respeto a la ceremonia eucarística decidí interrumpir durante la catequesis, volvieron a aparecer, incluso con más fuerza quizás, algunas semanas después de haber “incorporado a Jesús físicamente” a mi persona; y no tardé en retomarlos. El caso es que esa contradicción entre la castidad predicha por el catequista y su ausencia real, pese a todos mis esfuerzos y buenas intenciones, me llevaron a cuestionarme, a eso de los 9 años, si era verdad todo lo que nos contaban. Pero en mi ingenuidad no caló muy profundamente en mí esa primera duda.
Algo más tarde, tras la muerte de Franco, recuerdo que apareció en una de las tapias del colegio una pintada que reclamaba escuelas laicas. Aún después de conocer el significado de ese adjetivo seguí sin entender a qué se referían. En mi colegio los curas sólo enseñaban religión, y no era capaz de comprender que se cuestionase esa enseñanza, o quién debía impartirla.
Uno de esos curas, precisamente, junto al profesor más duro y cruel que he tenido jamás, me llevaron a cuestionarme, por segunda vez, y ahora sí, con mucho más calado, las prédicas que se lanzaban desde los púlpitos y hasta las palabras escritas en la Biblia.
De entrada, el profesor en cuestión, cuyo nombre recuerdo completo, nos obligaba a ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar, e incluso al menos en una o dos ocasiones nos obligó a ir al despacho del sacerdote para confesarnos, obligación que contrastaba con la voluntariedad del acto.
Por su parte aquel sacerdote, cuyo nombre olvidé muy pronto, tenía por norma castigar a quien cometía alguna fechoría haciéndole ir el sábado al colegio. Sí: el sábado, por la mañana. En mi colegio había algunas habitaciones para estudiantes de F.P. (que también se impartía en la otra mitad del mismo centro) o profesores residentes, para que no tuvieran que desplazarse todos los días desde alguna población que, aunque cercana, no contaba por entonces con un enlace cómodo y fiable por carretera, de modo que no era difícil que estuviera abierto, o que alguien te pudiera abrir.
En una ocasión en que los culpables eran dos o tres solamente, a falta de autor confeso o declarado, nos castigó a todos. Aquel sábado, cuando me presenté al colegio, nada más cruzar el portón me topé con él, y me dijo que ya podía volverme a casa, que sabía que yo no tenía nada que ver. Si de entrada ya me había sentado mal el castigo, aquella mañana de sábado madrugando para nada me sentó peor aún. Bajo mi punto de vista, aquel sacerdote había sido injusto a sabiendas, y para mí era inconcebible que alguien que pregonaba la verdad, la justicia y el amor al prójimo como máximas intocables pudiese cometer tamaña injusticia. Aquello me llevó a ignorar a partir de entonces todas las predicaciones, y hasta a contemplar las oraciones religiosas como declamaciones de loa no risibles pero sí carentes de sentido.
Acabada la E.G.B. entré en F.P. en el mismo centro, y el sacerdote que nos impartió las clases de religión me pareció como la noche y el día en relación a aquel otro de los castigos. A pesar tener ya todo el pelo encanecido vestía con vaqueros y camisas, con jerseys modernos y sencillos en invierno, era todo vitalidad y siempre trataba de transmitir alegría o, cuando menos, esperanza. Organizaba misas en horas de clase a las que era libre la asistencia (y a las que algunos íbamos para, al darnos la paz, poder dar y recibir besos de algunas chicas). Siempre que sabía de un grupo de estudiantes que organizaban un partido de fútbol después de clase, se apuntaba a jugar él también. Sólo se ponía gris por un momento cuando algún alumno atrevido le preguntaba por un pequeño trozo que le faltaba, si no recuerdo mal, en un dedo índice de su mano. Nos dio religión los cinco años que duraba la formación profesional en aquel centro en esa época, ¡y hasta tuvimos un libro de religión en el que aparecían un chico y una chica, totalmente desnudos, sentados de espaldas uno junto al otro, y se incluía la sexualidad como tema!
Don Antonio, que así se llamaba ese sacerdote dicharachero, nos hizo ver a Jesús como un hombre lleno de amor por el prójimo a quien le tocó ser, por gracia divina, hijo de Dios, y portador de su nuevo mensaje de amor en sustitución al del Yavé vengador y justiciero del Antiguo Testamento.
Como quiera que sea, ver tanta diferencia entre un sacerdote-profesor y otro hizo que se volviera a encender en mí la fe, no tanto en un dios cambiante, sino en aquellos individuos que creen en la bondad de sus semejantes, y en último término me sugirió llegar a conocer por mí mismo la verdad acerca de lo que se narraba en la Biblia, en vez de conformarme con los breves párrafos que habíamos estudiado en clase. De modo que, una vez acabados los estudios emprendí la lectura paciente y detallada del ejemplar de la Biblia que teníamos en casa, la Nácar-Colunga de 1974, llena de comentarios aclaratorios en los que se explica la falta de literalidad de muchas de las afirmaciones del Antiguo Testamento, así como muchos otros aspectos similares del Nuevo.
Más tarde, entre finales del pasado siglo y principios de este, cayeron en mis manos otras versiones de la Biblia, así como diversos estudios sobre la misma, y pude comparar los cambios que la Iglesia había ido introduciendo, y su análisis, ayudado con la orientación de la crítica bíblica leída, me reveló cómo se trataba de dirigir la conducta de los creyentes, aunque de forma imperfecta, debido básicamente a que algunas de las anteriores versiones de los textos bíblicos que la propia Iglesia católica había aprobado habían calado entre la feligresía de forma imborrable. Esas otras “verdades” que la gente había aceptado y que la Iglesia trataba de eliminar para construir un relato narrativo nuevo acerca del legado de Jesucristo, se recopilaron en lo que la Iglesia llama “tradición”, para evitar decirle a los fieles que algunas de las cosas en que más fe tuvieron los católicos de la antigüedad eran falsas o, al menos, cuestionables. Por citar sólo un punto muy conocido, la Iglesia reconoce desde los años cincuenta del pasado siglo que María Magdalena (“magdalena” ni siquiera era nombre propio originalmente, sino, según parece, el gentilicio de los naturales de Magdala) ni era una prostituta, y mucho menos una arrepentida, sino una mujer de la que Jesús había expulsado siete demonios; sin embargo, el Vaticano calla cuando alguien, incluso medios de comunicación, caen en este inmenso e injusto error.
El caso es que durante los últimos años he podido desgajar las supuestas verdades bíblicas, cotejar diversas versiones de la misma, documentarme con evangelios apócrifos y deuterocanónicos, documentales varios y artículos, y hasta incluir algunos Upanishads y el Corán entre mis lecturas, así como varias versiones de este último, y todo ello me llevó a la conclusión de que había que despojar a las religiones monoteístas de todas sus capas de influencia política, social y cultural.
Como resultado llegué a la conclusión de que los diferentes conceptos de dios que el ser humano tiene son básicamente tres, cada uno de los cuales se puede representar muy esquemáticamente mediante una forma geométrica coloreada.
Así, un cuadrado azul vendría a representar al “dios de las religiones”. Éste normalmente es el más frío (de ahí el azul) y lejano, el más ajeno al individuo; el cuadrado simboliza que es muy “cuadriculado”, esto es, muy tajante filosóficamente, al estar fuertemente delimitado por dogmas y preceptos.
En segundo lugar, un triángulo naranja representaría al “dios del individuo”; al ser un concepto más místico que el anterior lo podemos representar con un triángulo, además de que éste lo tiene más idealizado; aunque suele tener como base el concepto de dios de alguna religión, normalmente va más allá de los límites impuestos por la ortodoxia porque en su definición intervienen los deseos, temores, esperanzas, necesidades, etc. del individuo; esta pasión que el individuo pone en concebirlo, que generalmente no llega a ningún extremismo ni fanatismo, es lo que le asigna el color naranja.
Del tercer concepto de dios hablaré al final, para continuar con mi exposición de forma ordenada.
Por otra parte, sabemos, en base a diversos hallazgos arqueológicos, que inicialmente se adoraba a deidades femeninas como creadoras y promotoras de la fertilidad de la tierra, así como de la propia de la mujer. No obstante, cuando el hombre fue consciente de su aportación a la concepción surgieron parejas mixtas de deidades; es así por ejemplo en la religión hebrea primitiva, la cual tal y como recoge la Biblia en diversas citas, era llamada Astoret (o su plural, Astaroth), que parece corresponder a la Astarté fenicia, o Ishtar para los asirios y babilonios. Existen restos de ese dualismo deísta en los textos del Pentateuco, en los cuales aparecen algunos nombres y expresiones en plural cuando debían de figurar en singular, los cuales se han transmitido a las diferentes versiones de la Biblia católica, al menos, hasta las ediciones de la misma del s. XX y anteriores. Finalmente el monoteísmo hizo desaparecer a las diosas, pero, no se sabe si por descuido, quedaron algunos restos, como los indicados del Pentateuco.
Hasta aquí los puntos filosóficos e históricos en que se basa mi conocimiento místico de los fundamentos religiosos.
Por otra parte tenemos la paradoja del gato de Schrödinger, que dice básicamente que un gato encerrado en una caja sin ventilación, junto a una botella de gas venenoso y una única partícula radioactiva capaz de romper la botella, estará al mismo tiempo vivo y muerto en tanto no se abra la caja y se compruebe, es decir, mientras no haya un observador externo que lo vea.
Según parece la física cuántica corrobora que, efectivamente, una partícula puede estar en todos los estados y posiciones posibles a la vez hasta que un observador la mira; dado que el universo se compone de partículas podemos llegar a la conclusión de que todas las partículas que lo forman están en todos los estados y posiciones a la vez.
La primera conclusión a la que todo esto me lleva es que el tiempo, dimensión que se define a partir de las modificaciones de los estados y posiciones de la materia, a raíz de lo expuesto no podría existir como tal dimensión, puesto que todos los instantes que lo forman coexisten a la vez.
Todo ello justificaría la creencia en un ser omnisciente, y por ende, todopoderoso (al menos, en relación a nuestro universo).
No obstante, dado que para nosotros en cada instante cada objeto y onda sólo ocupan un lugar y sólo están en una posición, podría inferirse que nosotros somos los observadores de aquel universo que nos rodea. Pero he aquí que también existe todo el universo que no podemos percibir con nuestros sentidos, y sabemos que existe porque captamos e incluso sufrimos las consecuencias de su existencia (por ejemplo, a través de la detección de ondas gamma), lo cual nos lleva a su vez a deducir que debe de haber un observador externo al universo, al cual probablemente ni le va ni le viene el devenir de nuestra historia. Es decir, que sólo la existencia de un ente al que podríamos llamar “dios”, “fuerza creadora” o como se desee, explicaría esa contradicción entre la teoría de Schrödinger y la constatación de lugares y fenómenos que no vemos pero cuyos efectos sí percibimos.
Por lo tanto, el gráfico de antes quedaría completado, ahora sí, con el tercer concepto de dios, aquel en el que creemos los deístas que no nos adscribimos a ninguna religión, simbolizado en una circunferencia negra.
Esa circunferencia, como decía, representa al que podríamos considerar “dios verdadero”; la figura geométrica elegida simboliza la perfección, infinitud y eternidad; ese dios que al individuo apenas le es posible intuir, tiene una influencia aparentemente nula, pero influye decisivamente en todos los individuos; a la vez, comprende las otras dos definiciones, por más alejadas que aquellas estén de ésta, y a la vez las otras dos no logran acercarse mucho a los límites de ésta, por más que en algunas características sí puedan coincidir.
En conclusión, a mi entender, desde mi ignorancia y en base a todo lo anteriormente expuesto queda probado que ha de existir al menos un ente capaz de percibir nuestro universo a todos los niveles, al tiempo que existe ajeno al mismo, y a quien, por tanto, parece poco probable que le interesen la infinidad de nuestros nimios actos. No obstante, esto no significa que sea radicalmente falso que ese ente exterior a este universo no se haya podido manifestar a personas concretas en momentos puntuales, como tampoco significa lo contrario, pero dudo que alguien tan ajeno a nuestro universo y, sobre todo, tan independiente de él, ordenase hacer matanzas u otras salvajadas, salvo que lo hiciera para poner a prueba, bien nuestra capacidad de obediencia, bien nuestro salvajismo.
En definitiva, mis reflexiones, unidas a mi, como decía, amplia ignorancia en diversos campos, me han conducido a una doble conclusión: por un lado, parece razonable que exista al menos un ser, ente o como se le desee definir, ajeno a este universo nuestro y no obstante capaz de tener un conocimiento completo del mismo, así como de todos sus momentos y sucesos, públicos o privados; y por otro lado, que la ciencia está poco a poco demostrando experimentalmente la posibilidad de la existencia de ese ser, existencia que ya ha demostrado teóricamente, por más que los propios científicos no lo quieran ver.
Sinelo

domingo, 13 de noviembre de 2016

Con la chorra fuera


Cuando era niño y adolescente oía contar cómo algún que otro anciano de entre los internados en el asilo que hay cerca de casa “se la sacaban” ante las monjas que le cuidaban. A mí por entonces aquello me parecía más que nada una travesura, una gamberrada si se quiere, propia de un viejo que ya va desbarrando, y como me hacía gracia me dio por empezar a decir, medio en serio medio en broma, que de mayor quería ser un viejo verde.
Los tiempos han cambiado tanto que el yo de ahora censuraría muchas opiniones de mi yo de entonces, ya pacifista y pacífico, antirracista y demócrata convencido, pero incomparablemente más machista que hoy día. Con el tiempo y la reflexión, tanto propia como ajena, he aprendido la agresión que implican determinadas actitudes y acciones aparentemente inofensivas, las cuales de hecho lo son en un entorno de igualdad y libertad efectivas, reales. De hecho, creo que eso es lo que impide que muchas personas lo entiendan: no tienen suficientemente en cuenta el contexto social en el que estamos viviendo, por más que esas personas crean que, e incluso por más que parezca que sí.
A raíz de esta noticia en medios de comunicación he oído y leído comentarios que me han hecho reflexionar:
Estamos, como decía, en tiempos de cambios, los cuales no han hecho más que empezar. Incluso personas que luchan abierta y obstinadamente en defensa de la verdadera igualdad desde los puestos que ocupan, no han comprendido su alcance y siguen defendiendo en la vida privada actitudes que, desde un punto de vista filosófico, en el mundo actual, con tantas personas desprotegidas y vulnerables, y tantas otras tan carentes de escrúpulos como para agredirlas, implican un menoscabo de la protección efectiva de aquellas.
Entre esas personas hay mujeres y hombres bien conocidos, personajes públicos, que no voy a señalar porque no pretendo entrar en polémicas ni ser dedo acusador, por más que hacerlo le pudiera dar más difusión a este blog, y más fama a mi cuenta de Twitter.
Los fumadores, que hace apenas dos décadas eran la imagen del poder, la seducción, la confianza en uno mismo, el triunfo, hoy día han terminado siendo casi proscritos, apestados. Se están produciendo una serie de cambios que tenemos la obligación y la necesidad de saber leer, de entender, asumir, asimilar, si no queremos acabar tan socialmente rechazados como aquellos.
Sinelo

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Humanidad Inmadura



Como técnico químico, según reza en mi viejo título de la antigua formación profesional de segundo grado, me maravilla la manera en que las partículas subatómicas interactúan para formar sustancias diferentes. De una forma similar, no deja de sorprenderme cada nueva revelación acerca de cómo una serie de sustancias inertes interactuaron para dar lugar a un individuo que adquirió la capacidad de hacer duplicados de sí mismo, para, con el tiempo, hacerse cada vez más complejo y transformarse en un ser que se nutría (alimentación y respiración) de las sustancias químicas de su entorno. Una vez transcurridos cientos de millones de años, la variedad de formas de vida que pueblan o han poblado este planeta es fascinante e inimaginable, pero esto último no en tan colosal grado como la cantidad de individuos que aquellas antiguas sustancias inertes han llegado a generar.
La interrelación de unos individuos con otros y con su entorno, eso denominado hábitat, es también diverso y cambiante, y la red de hábitats que se ha creado en la Tierra es de tal extensión y complejidad que se relacionan entre sí algunos de ellos, y su vez todo el conjunto, hábitats, especies e individuos, se relacionan con el planeta como si éste fuese otro ser vivo más que permitiera desarrollarse vida ajena en su seno. Es más, mientras que el centro del planeta sigue siendo una gran bola de rocas incandescentes, la corteza se ha convertido en una suerte de macroecosistema que interactúa con todos los seres vivos, influyendo sobre ellos pero también sufriendo cambios a causa de ellos, especialmente en sus capas más sensibles, como son la atmósfera y la hidrosfera.
Las tribus que consideramos primitivas, tanto aquellas que sobrevivían en América como en el África más inexplorada y en Oceanía antes del mal llamado Descubrimiento, solían considerarse parte de la naturaleza, lo cual es completamente cierto a todos los efectos, por más moderna y tecnológica que sea la transformación que hemos perpetrado en nuestro entorno. Ese punto de vista les llevaba a sentir tal respeto por los elementos naturales, esto es, agua, plantas, animales, e incluso la propia tierra, por no hablar de los astros, que algunos de ellos cuando cazaban daban las gracias o pedían perdón al animal cazado. Pero la consecuencia más trascendental de todo esto era que cada miembro de la tribu, cada individuo, aun viviendo al día, viviendo el presente, concebía que la solución a cada problema debía ser generosa, para satisfacer a todos los miembros de la tribu, y prudente, para no agravar el problema en el futuro ni crear problemas nuevos.
A partir de los siglos de la mecanización y la industrialización, esto es, del siglo XVII en adelante, con mayor énfasis a partir del XIX, y de manera más extrema y acelerada, del siglo XX, la capacidad del ser humano de influir en los hábitats en los que interviene, de modificarlos y, consciente o inconscientemente, de destruirlos, ha puesto sobre la mesa la necesidad de implementar medidas que permitan compaginar el, al parecer, imparable crecimiento de la población humana, y la gestión, esto es, explotación y distribución, de los recursos naturales.
La naturaleza, que cuenta con lo que podríamos llamar “mecanismos de control de plagas”, conforme la población ha ido en aumento ha puesto en marcha esos mecanismos para contener la proliferación de seres humanos, una especie con una capacidad creciente e incontrolable para modificar su entorno.
Como consecuencia de la complejidad de nuestras sociedades, la cual se debe sobre todo a la acumulación de personas en un mismo asentamiento, los individuos fueron delegando decisiones y, por tanto, una parte de sus responsabilidades respecto al cuidado de la tierra, en unos pocos dirigentes que accedían al puesto por los más diversos medios y con los más variados objetivos. Esa pérdida de contacto con las decisiones relativas al medio ambiente nos ha ido generando una creciente dependencia respecto de aquellas otras personas a las que pedimos que decidan por nosotros, nos ha ido, en cierto modo, infantilizando.
La confluencia de uno de aquellos mecanismos antiplagas y de esa infantilización del individuo, junto al rechazo a realidades duras, como la explotación masiva de ciertas especies animales, e inhumanas, como las guerras o la avaricia y egoísmo de muchas personas, pudo dar lugar a un amor exacerbado por los animales domésticos, que pronto se extendió al resto de animales. Ello dio origen a una nueva forma de vegetarianismo; ésta es una corriente que ha existido en diversas épocas y lugares, pero nunca con tan agresiva vehemencia, y que obvia que las plantas también son seres vivos y pueden sufrir el estrés causado por la explotación masiva aunque no lo muestren de forma tan obvia como los animales. Además el consumo exclusivo de vegetales se ha diversificado, generando sus diversas variantes. Finalmente, toda esta defensa de las demás especies animales ha dado lugar incluso a una defensa de los mismos cuya expresión más radical es el antiespecismo.
«El especismo», término nacido en 1970, «es la discriminación contra quienes no están clasificados como pertenecientes a una o más especies determinadas» (Wikipedia).
Así pues, los antiespecistas defienden la libertad y derechos plenos para todas las especies animales, lo cual choca frontalmente con las necesidades alimentarias y medicinales de la creciente población humana. ¿O están sugiriendo acaso que la población humana vuelva a reducirse, digamos, hasta los dos mil millones de habitantes? Porque en ese caso también habrían de explicar qué método se elegiría para exterminar a países enteros, así como de qué manera se elegiría a qué individuos exterminar. Pero incluso en el caso de que eso pudiera llevarse a cabo no cuentan con las catastróficas consecuencias de semejante acción: los puestos de trabajo sin cubrir, lo cual dejaría desatendidas grandes instalaciones industriales, agrícolas, ganaderas y mineras; las plagas derivadas de la acumulación de cadáveres humanos en descomposición; el incontrolado aumento de determinadas especies carroñeras, a las que se unirían jaurías de perros asilvestrados, que en poco tiempo recuperarían los instintos de sus antepasados lobos, unidos a sus conocimientos sobre nuestras costumbres y debilidades...
A mi entender se trata de un planteamiento, por tanto, que por una parte resulta infantil, al no explicar cómo se afrontarían entonces nuestras necesidades alimentarias, así como de productos medicinales (podríamos prescindir en todo caso de los cosméticos); y lo que es más, demuestran aún más infantilismo al no pensar en las consecuencias de liberar a los miles (quizá millones) de ejemplares que están encerrados en granjas, laboratorios, zoológicos, acuarios, etc., muchos de los cuales serían ya incapaces de vivir en libertad, con lo que algunas de esas especies llegarían sin duda a extinguirse. Por otra parte, tampoco nos explican qué solución se habría de aplicar a las plagas de roedores, aves o insectos que destrozan los cultivos e invaden incluso algunos hogares; o cómo afrontar la modificación de los ecosistemas autóctonos a causa de las llamadas “especies invasoras”.
Es cierto que el ser humano tiene la obligación de volver a aprender lo que significa la convivencia con la naturaleza; es cierto que, a causa de la dependencia que tenemos de ella, al formar parte de la misma, hemos de pensar métodos que nos permitan crear comunidades en las que la vida nos resulte cada vez más fácil, y que esos beneficios alcancen al conjunto de la población humana. Incluso a los animales de compañía, si se quiere. Pero no podemos perder de vista en ningún momento que el hambre de un individuo digno de formar parte de una comunidad humana, y he aquí un matiz importante sobre el que invito a reflexionar, es más importante que el bienestar de un animal de otra especie, siempre y cuando ambas cuestiones sean incompatibles y haya, por tanto, que optar por una de ellas.
Éstas y otras reflexiones son las que pretendo suscitar en mi libro “El Dilema de la Edad”, cuyo título, por engañoso, es un homenaje a la boa que se ha tragado un elefante, el dibujo número 1 que trazó el Principito. Es descargable gratuitamente desde varias direcciones:
Project Gutenberg: https://t.co/jnaxQDh1L3
World Library: https://t.co/8cap8MgH6a
School Library: https://t.co/n5EDMyxiKe
Mientras todos y cada uno de los individuos no recuperemos la capacidad de analizar los problemas de manera global y duradera, esto es, buscando soluciones que satisfagan a todos en la medida de lo posible y que no sean la causa, antes o después, de otros problemas, mientras sigamos dependiendo de las decisiones de unos pocos individuos para gestionar los recursos, tanto los naturales como los que se deben a la acción del ser humano, como la salud, el empleo, la formación, o la distribución de los suministros (alimentos, energía, etc.) seguiremos devastando y envenenando el planeta y, por ende, a nosotros mismos, hasta nuestra destrucción final.
Juan “Sinelo”

viernes, 16 de septiembre de 2016

En Tienda Me


Esta mañana he recordado por qué no sirvo para comercial: mi dignidad y la de mis clientes está por encima de cualquier beneficio económico.
No quiero decir con eso que el trabajo de comercial no sea digno; toda actividad, hasta la de sacerdote, como sabemos, puede ejercerse con dignidad o sin ella, pero hemos de reconocer que hay profesiones en las que resulta más fácil dejarse llevar por la presión para socavar la dignidad del otro o incluso la propia: comercial, abogado, periodista, policía...
Sólo en una ocasión he ocupado un puesto de trabajo con un perfil meramente comercial; sólo duré dos meses y medio, y todo ese tiempo lo pasé fatal, pero sobre todo cuando le encasqueté un compromiso contractual de cincuenta euros mensuales a un inmigrante sin empleo. Tuve remordimientos durante varios días.
Toda esta reflexión viene a cuento de que esta mañana he intentado deshacerme por fin de mi “tontofon” de mierda, cuyo timbre no se oye salvo que esté libre de obstáculos sonoros y físicos, cuya vibración no se nota salvo que tengas la piel tan sensible como un sismógrafo, y que ni siquiera te permite mover archivos entre carpetas, y adquirir un smartphone, conservando mi número de móvil con tarifa de prepago. Sé que se puede hacer; al menos mi compañía lo hace, según me dijeron hace pocos meses. Llevaba dinero de sobra, como siempre que me propongo adquirir algo. Y cuando no me llega, simplemente lo digo enseguida, no trato de enredar a la persona que me atiende, ni le regateo cantidades o plazos; simplemente desisto y me voy, porque entiendo que su oferta forma parte de su trabajo, y porque por mi parte no tengo porqué complicárselo.
El caso es que tras consultar en mi propia compañía, Vomistar, en mi tienda habitual, dicho sea de paso, y en otra de Rovafone, me han dejado bien claro que la estrategia comercial de ambos establecimientos (me consta que su oferta comercial es independiente hasta cierto punto de aquella de la compañía telefónica a la que están adscritas) se basa en dar atención a clientes “fiables”, esto es, con un gasto mensual asegurado y significativo. Gracioso teniendo en cuenta que llevo desde el año 1997 en la misma compañía y que nunca les he dado problemas; es más, cuando mi situación me lo ha permitido me he llegado a gastar más de cien euros en un mes a base de recargas.
La cuestión es que mi evidente pobreza me condena a pasar por el aro de tragar con las ofertas abusivas que quieran hacerme, o bien a quedarme indefinidamente con este arcaico terminal (que sí, que tiene pantalla táctil, pero no deja de ser un “tontofon”). De modo que me he vuelto a casa, con mi dinero y con mi bonito terminal, al que juraría que se le ha escapado un suspiro, aguardando al día en que, o yo cambie, o la sociedad cambie. Ya veremos quién gana.

miércoles, 27 de julio de 2016

Lobos Amaestrados


Soy plenamente consciente de que a ojos de los lectores la actuación de terroristas en Normandía y Alemania parece contradecir la tesis que sostengo en mi artículo “Lobos solitarios orquestados” según las cuales los ataques se producen casi exclusivamente en viernes, y por tanto desacreditar mi opinión sobre las verdaderas motivaciones que hay tras esos ataques.
Ahora sabemos casi con toda seguridad que el atentado en Niza no fue hecho por un islamista. Otro tanto ocurre con el de Munich, cuyo objetivo de imbuir terror en la población fracasó tan estrepitosamente que de forma espontánea la gente puso velas en memoria del asesino y de las víctimas. Aquel desequilibrado individuo tuvo un comportamiento tan errático que cuando se suicidó parece que aún le quedaban unas trescientas balas en la mochila, lo que no concuerda con un sanguinario criminal que pretende causar el mayor número posible de víctimas. Este fracaso forzó la inmediata actuación de otros criminales en ese mismo fin de semana, de modo que el domingo dos chicos rápidamente radicalizados atacaron con meros cuchillos en una iglesia de Normandía. Tampoco esta acción tuvo las consecuencias esperadas, ya que el eco que tuvo la noticia en los medios quedó muy difuminado entre los programas del domingo y los espacios previstos para los días laborables, durante los que suele haber pocos debates de tertulianos, especialmente en televisión. Ni siquiera las redes sociales funcionaron como agitadoras del oleaje informativo. El mismo domingo otro individuo radicalizado, y también desequilibrado, se inmolaba con una bomba en otra iglesia (¿otra coincidencia?, vaya) causando quince heridos que no deben de revestir mucha gravedad, porque ni siquiera se menciona este dato; dado que el único muerto fue él tampoco se ha dado mucha divulgación a la noticia, sobre todo en redes sociales.
Dos pequeñas actuaciones el domingo siguiente al viernes del fracaso. Dos pequeños «solistas improvisados» que mantienen el eco del terrorismo islamista de fin de semana en suelo europeo.
Aun un tercer desequilibrado actuó en Japón causando una matanza en un centro para discapacitados. Con un cuchillo asesinó a diecinueve personas abogando por el exterminio de quienes no pueden valerse por sí mismos. Nada que ver con el islamismo, ni con el terrorismo siquiera. Desde el punto de vista sociológico parece fácil relacionarle con problemas psicológicos unidos al estrés de sobrepoblación que padece Japón.
Volviendo pues a las acciones que tienen carácter terrorista y que podrían tacharse de islamistas, como veis se mantiene la cadencia que indicaba en mi artículo de Alcantarilla Social: un goteo de terror viernes a viernes, para asegurarse un eco en los medios, vacíos de contenido en el fin de semana, y si el plan fracasa, suscitar la actuación casi improvisada de otros que mantengan el eco del RE-quiem por un terrorista, víctima de... _________________________________________ (cada cual ponga los nombres o siglas que desee); y por sus víctimas, por si alguien lo dudaba.
No os dejéis engañar por el humo de los medios, ni por el fuego del petardazo: fijaos en dónde está la mano que lanzó el cohete pirotécnico. Buscad la verdad detrás de las palabras, detrás de las noticias y, sobre todo, detrás de las intenciones.

domingo, 24 de julio de 2016

Mi Historia


Llevaba horas caminando. Había estado toda la tarde caminando. Mis zapatos parecían una sucia prolongación de la suciedad de mis pies; parecían haber nacido y crecido a partir de ellos. Mi cabello era una maraña de arañas que correteaban sin cesar sobre mi cráneo desnudo; casi me habían ya irritado la piel. Mi ropa, o lo que quedaba de ella, eran como jirones de mi piel ennegrecidos por el tiempo. Y una jodida nube gris se había empeñado en acompañarme todo el camino. Era gorda como la señora del quinto, esa que siempre me acompaña hasta el décimo, con tal de no quedarse con la última parte del cotilleo en la garganta. Era húmeda, muy húmeda la nube, aunque la muy jodida no se decidía a llover, y me dolían todos los huesos y parecían cañas prestadas para darme algún relleno que sostuviera mi cuerpo.
Me paré un momento, miré al cielo, y suspiré, lanzando con mi aliento casi todas las pocas fuerzas que me quedaban.
  • Me gustaría que lloviera. – Tras un par de pasos, me detuve de nuevo y miré otra vez al cielo–. Pero no llueve, la jodida.
No sé de dónde rayos salió ella. Era pequeña y delgada, y se movía como un tornado, revolviéndolo todo hasta dejarlo a su gusto. A su paso, algunas cosas desaparecían en sus bolsillos. Pero se movía tan deprisa que apenas la vi; más bien la presentía, la intuía, o la deducía en función del caos que provocaba. En un momento me agarró de la mano y al momento siguiente me soltó la otra frente a una verja metálica.
Era un paraje que nunca había visto. Me asomé por los barrotes de la puerta, y entré. Estaba abierta. Justo delante de mí había un huerto diminuto. No parecía haber el menor orden en los cultivos; había de todo, y todo estaba anárquicamente distribuido. La tierra negra, sin embargo, había sido arada en surcos rojos, con un amor inmenso, por unos dedos maravillosos de tacto aterciopelado. Y justo a mis pies había una regadera recién llena con agua fresca de manantial. La tomé y la volqué con cuidado sobre la tierra, y ésta gozó la lluvia y la bebió ávidamente.
Abrí entonces los ojos y me sentí empapado. Era a mí a quien ella regaba. Me sonrió; le sonreí, y vi sus ojos y su carita redonda detrás de la ventana. Sentí sus labios, el vacío, sus labios de nuevo sobre los míos. Y sus ojos, sin dejar de mirarme. Pero yo miré, y ella seguía allí, detrás de la ventana. Entonces salió. Se acercó caminando como un fantasma; a veces el lado izquierdo flotaba más que el derecho, a veces flotaba más el derecho.
Al llegar a mí sonrió de nuevo, y mi boca le sirvió de espejo. Su mano incorpórea me rozó el pecho y se guardó mi rojo palpitante, con mucho cuidado, poniéndolo a funcionar junto al suyo. Su mirada en mis ojos rozó mi nuca, y mi alma se fue con ella, como si me la hubiera robado del aliento que respiraba en un beso inesperado.
Dio media vuelta y comenzó a caminar. Y yo, que ya no tenía voluntad, ni quería tenerla, la seguí bailando su caminar; bailando yo también, su caminar.
Una mariposa blanca se cruzó en su camino y se detuvo a mirarla, y a reír. La oí reír como a una niña. La oí reír llena de amor y felicidad, y yo reí con ella; y lloré de amor y de risa. Y rió el cielo; y el padre Sol rió acariciándole la mejilla perfumada. Y hasta los ángeles rieron contagiados; pero se fueron pronto, henchidos de envidia hacia su inocencia picardeada.
Al llegar a la puerta se puso seria. Y de nuevo vi su rostro tras el cristal de la ventana. No sé... no sé qué dije; no sé qué no dije... ni sé qué hice, ni qué no hice...
Miré a mi alrededor. Un pequeño cuadradito verde era donde estaban mis pies; limpios adorables y blancos en su desnudez. La hierba que pisaba se agitaba como su flequillo con el viento. El calor de la tierra era el de su mano. Rebosante de florecillas blancas y amarillas el jardín parecía sonreírme; como ella. Un banco de cálida madera basta me recordaba sus formas. Me eché en él y sentí su cuerpo abrazarme.
Contemplé tumbado en la hierba las nubes blancas jugando con el arco iris, que tan pronto era sonrisa como ave, o perro, o pompa de jabón. Tan bien jugaba él a imitarlas. Y se asomó la luna, llamándome a casa. Yo miré la verja, miré la ventana, y mi corazón se expandió hasta fundirse con todo lo que me rodeaba y no ser nada.
  • Vete, Noche; vete, Luna, y Alborada. Id a casa que aquí es donde vivo yo ahora, aunque no me hable, aunque ni me mire callada.
Miré otra vez, hacia la ventana, y vi su carita redonda, sonrojarse, quizá enamorada. «¡Ojalá!» – suspiré en silencio – «ojalá algún día salga, y me tome de la mano para llevarme dentro, o para llevarme, a donde haga falta».
A veces veo por la verja la gente que pasa. Y me miran y me llaman «el loco de la casa fantasma». Pero no oigo nada, sino el amor que palpita en sus ojos a mi espalda. Aunque cuando me vuelvo a mirarla es ella quien proyecta una nube de agua sobre mi ardiente deseo de ararla y regarla con mil versos nuevos... ¡Shhh!, guardad silencio, que duerme ahora, arropada en la casa...

lunes, 27 de junio de 2016

Abstencionistas Criminales


Votar no es como asesinar a alguien. Esto último supone no sólo la mayor agresión que se puede cometer contra la vida de un individuo, sino contra todas las personas que le aman, quieren o aprecian, y contra todas las personas que podrían beneficiarse de alguna acción futura, principalmente, la de tener descendencia. Incluso si el crimen no se comete en persona, sino por delegación, el acto implica una profunda bajeza ética, o moral para quienes opten por introducir el factor religioso en la ecuación.
Votar, en cambio, es un acto positivo. Imaginad que una persona contrata a un equipo de cinco personal shoppers para que le hagan una compra determinada; a tres de esas personas las elige por tener gustos similares a los suyos, y a las otras dos, simplemente, por tener buen gusto. Si de los tres primeros, a la excursión de compras sólo se presenta uno, hay bastantes probabilidades de que la compra, aun siendo de buen gusto, no coincida con los gustos personales de su cliente. Y la culpa no será de quienes cumplieron con su obligación de hacer una elección, sino de quienes eludieron esa responsabilidad.
La conclusión es obvia: cualquiera que sea el gobierno que salga de estas últimas elecciones, la responsabilidad recaerá, no en quienes ejercieron su derecho al voto, cumpliendo así con su obligación democrática de participar en la elección de sus representantes políticos, sino en quienes decidieron eludir esa responsabilidad.
Lo mismo ha ocurrido con el referéndum sobre el Brexit. La gente culpa a los mayores de 65 años, señalándoles por haber sido mayoritario su voto, olvidando que hubo una gran bolsa de abstención entre los jóvenes que, según las estadísticas, habrían optado por la permanencia en la Unión Europea. No obstante soy de la opinión de que, si la UE sobrevive al TTIP a pesar del debilitamiento que supone la nueva posición de Gran Bretaña, saldrá reforzada y más cohesionada.
Se puede no estar de acuerdo con el sistema electoral, con la ley electoral, o incluso con la forma de gobierno o de estado, pero en una democracia, admitámoslo, la única manera lícita de introducir cambios consiste en participar en la vida política del país, si no activamente, sí al menos votando conforme a la conciencia de cada uno. Cualquier otra cosa lleva a la indolencia o a la revolución. No hay otro camino.




La ley electoral, siendo muy injusta, no tiene toda la culpa del actual reparto de escaños (fuente: ElDiario.es)
De modo que, recuerda, votar no es como asesinar a alguien, pero no votar sí que es asesinar, no ya a la democracia, sino a cualquier esperanza de cambio legítimo.
Sinelo

sábado, 25 de junio de 2016

Infiltrados


Para los países de la Unión Europea es, de entrada, muy mala noticia la salida de Gran Bretaña. Sin embargo, paradójicamente, es lo mejor que le podría haber pasado a la UE para permitir su desarrollo. Aunque ciertamente, ahora que se negocian con Estados Unidos las condiciones de los tratados de libre comercio, esta puñalada al corazón de la Unión puede que sea mortal. Pero consideremos todos los factores:
¿Qué país ha puesto más trabas y, sobre todo, con más constancia, a todo lo que significara una integración armoniosa de todos los países de la UE? Gran Bretaña.
¿Qué país torpedeó el éxito del euro con mayor persistencia y trascendencia al no incorporar su fuerte economía a la zona euro? Gran Bretaña.
¿Quién ha sido invariablemente el más fiel aliado de Estados Unidos en todas sus acciones militares estratégicas por el mundo? Gran Bretaña.
¿Quién va a debilitar la UE duramente con su salida ahora que se negocian el TTIP y los otros tratados hermanos de libre comercio entre EEUU y la UE? Gran Bretaña.
Quiero haceros notar que hace meses que no se da ni una noticia en los medios sobre estos tratados ni sobre las protestas en su contra. Tiempo suficiente para que ese ente anónimo llamado “opinión pública” se haya olvidado del tema. Y justo ahora el Reino Unido asesta esta decisiva puñalada al corazón de la Unión. Pero es más, no contento con haber clavado el puñal, se regodea retorciéndolo y manteniéndolo insertado: esto es, la UE pide a Gran Bretaña que abandone la UE cuanto antes, y la respuesta del Reino Unido es algo así como «No me agobies, no me metas prisa; saldré de tu vida, pero poco a poco».
Si todos estos indicios no son suficientes para afirmar que el Reino Unido siempre fue el infiltrado de Estados Unidos dentro de la Unión Europea, que baje Sherlock Holmes y lo vea.
Sinelo

martes, 21 de junio de 2016

Vuestros pecados, mis penitencias


Otra vez elecciones. Otra vez los unos diciendo lo malos que son los otros y los otros diciendo lo malos que son los unos; o lo buenos que somos nosotros y lo malos que son los otros. Además, es que ni se molestan en disimular; todo un Presidente del Gobierno lo dijo tal cual, en plan “votadnos a nosotros porque si no, vendrán los malos”.
Un discurso elaborado, sí señor. Pero claro, hay que tener en cuenta que se dirigen a unas masas de rumiantes “pacentes”, que se tragan sin pensar lo que oyen, lo remueven en cada uno de sus cuatro estómagos (a saber, la economía, la justicia, el empleo, y el “orden social”), y de la misma irreflexiva manera, una vez digerido, lo sueltan en forma de estiércol con el que abonan su círculo social.
No, no te rías tanto, iluso podemita. No me estoy refiriendo sólo a la masa de aborregados fachosos, esos cuya dignidad quedó anclada a la cama del Caudillo como una suerte de pátina de añoranza. Tampoco me limito a criticar a las turbas socialistas, no a las vuestras, sino a las de toda la vida; esos indolentes durmientes que viven soñando hallarse aún en los ochenta de Felipe, que se creen hacedores de patria y deshacedores de entuertos sociales, cuando ellos mismos también han puesto su importante contribución en el saqueo nacional.
También hablo de vosotros, que os creéis la supuesta luz liberadora de una coletuda luciérnaga de laboratorio; de vosotros, que negáis el parecido con allende los mares de vuestras formas mientras vuestras huestes adoptan las armas y estrategias del hermano americano.
Y por supuesto, qué decir de los mercenarios anaranjados, a las órdenes del más mercenario y menos digno de confianza de todos ellos.
¿Qué decir? Pues que cada uno por separado y, sobre todo, en conjunto, me dais casi tanto asco como miedo. Pero no por lo que podáis hacerle al país, o a quien se ponga en vuestra contra. Eso, siendo terrible, no es lo peor, como presuntos seres humanos con dignidad que se supone que sois. Lo peor es la alegría con la que renunciáis a esa misma dignidad o, incluso, cómo os creéis en su posesión mientras olfateáis la mano del amo y aceptáis sin rechistar la caricia o el manotazo.
Otra vez elecciones, en esta pseudodemocracia diseñada allende los mares que tan airadamente criticabais y que de pronto parece haber tomado a vuestros ojos todo el crédito que antes le negabais; acaso porque ahora os paga unos buenos sueldos. Bueno, a vosotros no, claro, a vuestros amos.
Lo que más me molesta es que yo lo veía venir. Ya escribí hace tiempo en mi viejo blog: «Olvidad a los salvadores, que sólo quieren engañaros. No os dejéis embaucar por los adalides el cambio, o se convertirán en capataces de vuestros actos». Pero no, tampoco es eso. En realidad lo que más me molesta y me desconcierta es que yo con mi miopía e ignorancia fui capaz de verlas venir, y al parecer nadie más con influencia social tuvo redaños o clarividencia suficiente para verlo.
Pues hala, id a votar al amo con alegría y determinación, que yo seguiré abriendo fosas comunes en las que dar sepultura a los restos de vuestras maltrechas dignidades.
Sinelo

lunes, 13 de junio de 2016

Como Pperros y Gatos


Ya la primera vez que vi el último vídeo electoral del PP tuve una sensación extraña, como de incomodidad, que permaneció durante unos minutos en mi cabeza. Entonces pensé que era la habitual reacción ante la propaganda pepera. Me convencí pronto de que era otra cosa, pero he estado esperando un tiempo para ver si alguien caía en la cuenta o bien para ver si mis conclusiones eran incorrectas. Dado que ni lo uno se ha producido, que yo sepa, ni lo otro se ha confirmado, ahora estoy seguro del origen de aquella sensación: ese vídeo carece de lógica.
La idea original debió de ser “no votes a otros sólo porque el PP no te gusta”, lo cual ya es de por sí negativo para los votantes populares, porque les envía el mensaje de “vota al PP que es el menos malo” cuando se supone que deberían convencer al electorado de ser la mejor opción; con ello su lógica ya chirría un poco. Pero es que además el método que eligieron para identificar al votante insatisfecho o contestatario con el votante del PP lo hace todavía más deplorable.
Así, de entrada, establecen un paralelismo entre “peperos” y “perros” (recordemos: ella se queda con los gatos porque odia a los perros) que favorece poco a su electorado. Pero en fin, admitiendo el símil, la lógica de su “no tengas gatos sólo porque no te gusten los perros”, esto es, “no votes a un partido sólo porque no te gustan los demás”, envía un mensaje que no queda lo bastante claro en mi opinión, porque en vez de “no votes a otros sólo porque el PP no te gusta” se puede interpretar como “vota al PP aunque no te guste” “¿Y por qué habría de ir en contra de mis gustos?”, se queda preguntándose el espectador. El vídeo no ofrece razón alguna. Aun así, no habría quedado mal del todo si la cosa se hubiese quedado en un único gato.
El problema es que de alguna manera tenían que identificar a los votantes del PP, y no se les ocurrió mejor manera que utilizar el número de escaños conseguidos por los populares el 20D: 122. Con ello invierten la identificación entre peperos y perros, que ahora pasan a ser gatos, lo que destroza más si cabe la escasa lógica del mensaje electoral. Además, una extravagancia como “tener un gato, aunque no te gustan, antes que tener un perro, a los que odias” se convierte en una manía rayana en la psicopatía.
Esa identificación del votante del PP, que les dio esos 122 escaños, con la “loca de los gatos”, también debería resultar insultante para los votantes populares, y lo que es todavía peor, identifican al votante del PP con aquel que elige una opción que no le gusta, y este es justo el detalle que socava toda la lógica del vídeo. Con ello el “no tengas gatos sólo porque odias a los perros” se convierte en “si votas al PP porque odias a los otros, no lo hagas”, con lo cual nos están invitando sutilmente a votar a cualquier otro partido que nos guste, por minoritario que sea, es decir, no es que estén fragmentando el voto, es que lo están atomizando.
En definitiva, con ese vídeo nos están diciendo: «sabemos que el 20D votaste al PP porque era el menos malo, porque los demás eran peores: pues bien, no lo hagas, vota a quien realmente quieras votar» ¿Puede haber una campaña menos apropiada?
Sinelo

miércoles, 30 de marzo de 2016

La ignorancia como medida del conocimiento


«Sólo sé que no sé nada». La conocida frase, que en realidad nunca existió (se trata de una paráfrasis sobre un texto de Platón acerca de Sócrates), podría constituir el verbo creador, esto es, la palabra, o mejor dicho, el concepto, que se supone invocado para dar comienzo a la Creación. Porque, más allá de las creencias religiosas o de las teorías e hipótesis científicas, basta con que un ser humano sea capaz de concebir algo realmente para que ese algo cuente con posibilidades de ser, de tomar cuerpo.
Los razonamientos que supongo capaces de conducir a esa conclusión inicial, hoy día, los podríamos formular de la siguiente manera:
Cada hallazgo científico, cada enigma resuelto, cada pregunta respondida, genera instantáneamente multitud de nuevas preguntas. Es algo así como si una persona se hallase en una sala en penumbra, con una leve claridad como la que precede al amanecer. Sosteniendo en una mano una frágil vela de conocimiento, la enciende, pero esa llama en vez de iluminar todo en torno, da luz sólo a la figura de quien la porta y al espacio adyacente que la rodea hasta una distancia de un paso. El resto, en contraste con la luz, se vuelve más oscuro, más ignoto. A cada paso que da ilumina el nuevo espacio que ocupa, y el que ocupaba continúa iluminado como antes de avanzar, de modo que la superficie iluminada aumenta, pero a la vez aumenta también todo el perímetro en el que la oscuridad es más intensa.
Según la progresión vista, conforme aumenta el conocimiento, la ignorancia se incrementa exponencialmente, con lo cual, suponiendo que esa persona se pasease por toda la sala, al final se daría la paradoja de que toda la sala estaría a la vez iluminada por la claridad del conocimiento y oscurecida por la incertidumbre de las dudas nuevas. Es decir, el conocimiento absoluto conduce también a la ignorancia absoluta, pero además mientras que aquel progresa a una velocidad uniforme (es decir, constante, pero esto sólo considerando una sola mente que trabaje de forma aislada), la ignorancia avanza a una velocidad uniformemente acelerada.
Dios, al menos en su concepción judeo-cristiana e islámica, lo sabe todo, conoce todas las preguntas y todas las respuestas. No obstante, como se ha visto antes eso implica una ignorancia también absoluta, lo cual perfila una paradoja irresoluble, “inconcebible” (aun sabiendo que este último adjetivo es en el fondo una exageración, puesto que ya están concebidas muchas paradojas). Pero esa es precisamente la cuestión: puesto que una paradoja tan enorme, genérica y universal como esa sólo puede tener cabida en una mente capaz de abarcar todos los conocimientos necesarios para plantear dicha paradoja, esto es, todo el conocimiento del universo, ¿y si Dios (insisto, sólo como ente o ser ajeno a nuestro universo) fuese una mente, y el propio universo fuera la concepción que aquella tiene del mismo? Es decir, ¿no tendría sentido que el conocimiento absoluto generase un «Big Bang» de conceptos en el interior de aquella mente que lo alcanza? Sé que no soy el primero en proponer esta idea, ni mucho menos, ni lo pretendo. Sólo quiero exponer aquí mis propias reflexiones sobre esta cuestión.
Dado que aquello que se concibe alcanza la existencia dentro de la mente que lo ha concebido, ¿no tendría sentido que todo el universo fuese la expresión, física o no, de todos los conceptos que existen en una mente ajena a él, exterior a él al menos? O, como mínimo, a este universo.
Esto también podría dar un cierto sentido a la expresión «a imagen y semejanza», ya que, igual que nosotros imaginamos la vida extraterrestre compleja con un cierto parecido físico a nuestra apariencia, de la misma forma otra mente concebiría como forma de vida superior a una especie de aspecto parecido al suyo propio. Y a esa mente le presupongo una existencia exterior al universo porque si perteneciera a él crearía otra paradoja, esta sí, extremadamente inconcebible.
Si esta fuese la explicación a muchas cuestiones, también sería el origen de muchas más, pero sería el mayor aliciente para seguir desarrollando, no sólo la ciencia y la tecnología, sino la filosofía, no ya con el objetivo de que las mentes más brillantes alcanzasen algún día esa deificación, sino con el mero propósito de mejorarnos como especie y como individuos, con la esperanza de ser dignos de ella algún día.
Es más, dada la dirección del progreso actual, resulta concebible que una máquina creada por el ser humano, bien directamente, bien indirectamente al ser el creador de las máquinas que creasen aquella otra, sea la que alcance ese conocimiento absoluto antes que el propio ser humano, cada vez más hundido en el fango de todos aquellos instintos que le conducen al comportamiento individualista y egoísta, en detrimento del deseable altruismo. Con ello podría surgir aún una paradoja más, y es que terminásemos siendo la materialización de nuestros propios esfuerzos, y digo “esfuerzos” por no caer en el despropósito de afirmar que incluso de nuestros propios conceptos.
Paradoja de las paradojas, o fruto lineal de una creación casual, lo cierto es que somos, y tenemos la obligación ética de mejorar. Todo lo demás es vanidad. Puede que algún día la humanidad en su conjunto sea capaz de trascender la realidad del presente inmediato, como la luz de su débil conocimiento se iba extendiendo a cada paso por la sala de aquella persona de mi ejemplo inicial, pero de momento sólo somos ratones de laboratorio intentando resolver el laberinto, incentivados con la recompensa del alimento o de la reproducción, aunque coartados en algunos tramos por alguno de nuestros miedos.
Sinelo

viernes, 18 de marzo de 2016

¡No, Mariano, no!


Cuando a un niño consentido se le lleva la contraria suele expresarse mediante una agitada pataleta y unos repetitivos berridos. Lo que el Partido Popular está haciendo desde el poder ejecutivo no podría parecerse más a esa reacción.
Tras la últimas elecciones autonómicas Susana Díaz pasó casi tres meses esperando a que el PP andaluz reconociese que las únicas sumas viables les dejaban fuera. Día tras día, antes y después de las elecciones, el aprendiz de Arenas, Juanma Moreno, anduvo repitiendo el mantra “que gobierne el partido más votado”, ignorando consciente y malintencionadamente que aquí las mayorías son de sumas parlamentarias, y no de recuento simple de votos.
Después del 20D el PP nacional viene afrontando, incapaz de reaccionar, algunos de sus mayores temores: la corrupción acumulada en las cloacas está brotando por capítulos en la prensa e inundando las redes sociales; la nave se está hundiendo con un capitán que se niega a renunciar mientras la tripulación, con el agua al cuello, sonríe al pasaje como si todo estuviera bien... Pero el golpe definitivo ha sido enfrentarse a un Parlamento en el que, tanto en el Congreso como en el Senado, comisiones incluidas, los podemitas pueden plantearles preguntas crudas e incómodas. Para Mariano Rajoy no hay mayor humillación que verse sometido a las preguntas de Pablo Iglesias o del barbilampiño Íñigo Errejón. Y, no sé si inspirados en el aspecto de éste, su reacción no podría haber sido más pueril: negarse a comparecer en las comisiones y en las sesiones de control bajo la burda excusa de que no fue este Parlamento quien otorgó su confianza al actual gobierno, cuando precisamente por eso deberían someterse a su aprobación, ya que este, y no el anterior, es el Parlamento que cuenta con el apoyo de la ciudadanía. La Constitución, esa que tan ardientemente defienden en el PP, establece claramente que el Parlamento tiene entre sus atribuciones la de controlar la acción del Gobierno, sin más, sin hacer distinciones entre un gobierno electo y uno en funciones. Es más, precisamente porque el Parlamento fue elegido directamente por el pueblo es el órgano más democráticamente más legitimado para situarse sobre el Gobierno a la hora de controlar las actuaciones de éste.
En la multinacional Abengoa, andaluza hasta ahora, se ha producido un súbito cambio en las proporciones del accionariado ¿Alguien puede imaginar que la junta directiva se negase a dar explicaciones a la nueva junta de accionistas con la excusa de que no les eligieron ellos? Esa viene a ser la actitud de este Gobierno, que tanto presume de seriedad, de sentido de la responsabilidad, y demás atribuciones adultas.
Estoy seguro de que en los países con gobiernos serios, si es que realmente tal cosa existe, deben de estar contemplando la actualidad política española con la misma hilaridad con que veíamos a Tip y Coll rajar crudamente de la actualidad política de entonces para terminar con su consabido “y la próxima semana hablaremos del Gobierno”. Si el papel de Tip le correspondiese al desgarbado Mariano, creo que el de Coll, a falta de conocer a los demás líderes regionales, le iría muy bien a Moreno Bonilla; desternillante sería verles en aquella famosa actuación en la que, tras convencernos de que un vaso es un vaso, intentarían enseñarnos cómo llenarlo.
De verdad, no puede haber un político más pueril y cobarde en sus reacciones que este zangandungo que tenemos de Presidente. La cosa tendría gracia si no estuviésemos hablando del individuo que preside el país, con todo lo que eso implica. Alguien debería darle un cachete a Rajoy y gritarle con autoridad “¡No, Mariano, no! ¡Eso no se hace!”. Y ya de paso que se lo aplique también en el tema de la corrupción, a ver si por una vez en su vida hace lo que debe, y no lo que le conviene.
Sinelo