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viernes, 25 de diciembre de 2015

Ni bastardo él ni puta ella



En estos días en que se conmemora, erróneamente como ya sabemos, el nacimiento de un hombre cuya vida, mal que bien, quedó recogida en diversos escritos, sería bueno repasar algunos básicos a los cuales lxs dirigentes religiosxs recelan enfrentarse, no precisamente por ir en contra de la realidad, sino porque la realidad, es decir, la verdad que pretenden defender, pone en cuestión los mitos y preceptos que les dan poder sobre millones de personas.
El ser humano no inventó diosxs para temerles ni para protegerlxs, sino para protegerse. En un primer momento, para protegerse de aquellas fuerzas y fenómenos de la naturaleza que, por simple desconocimiento, despertaban su temor. Más tarde, para protegerse del miedo que otros seres humanos le causaban, es decir, para protegerse de la injusticia, de la mentira, del engaño, de la traición. Y finalmente, aquellxs diosxs acabaron adoptando diversos papeles en la vida social. Así, los templos se convirtieron, más allá de meros lugares de culto, en centros administrativos y, por ende, en centros de poder.
Fue en esa época cuando en el país de Palestina, habitado por hebreos dominados por Roma, y por tanto, hasta cierto punto de costumbres helenísticas, nos cuenta el Evangelio del Nacimiento de María (o Evangelio de María) que una pareja, Joaquín y Ana, en su imposibilidad de tener hijxs, decidieron pedir el auxilio del Templo para lograrlo. La respuesta a sus oraciones será una anunciación similar a la que narran los Evangelios canónicos acerca del nacimiento de Jesús.
¿Por qué, entonces, no se alaba en éstos el nacimiento milagroso de María? ¿Por qué la Iglesia católica lleva casi dos milenios relegando a un segundo plano el papel de la mujer? Porque de aceptar su importancia real en la verdadera historia, tendrían que aceptar la verdad de unos textos que revelan que Jesús fue el hijo bastardo de una mujer de origen también bastardo. Todo ello le restaría trascendencia espiritual a la figura de Jesús, quien no podría aparecer ya como Mesías para el pueblo judío. Pero he aquí que la Iglesia católica cae víctima de su propia trampa, puesto que sus dogmas no se basan en la figura de Jesús, ni en la de Cristo, sino en la confluencia de ambas, en Jesucristo, y éste, de haber sido desde el principio la verdadera figura central del catolicismo no habría necesitado tener un papel relevante dentro del judaísmo. Es decir, la propia Iglesia, atrapada dentro de su red de mentiras y engaños, ha terminado forjando tan enrevesada red de mentiras que no puede deshacer una sin verse obligada a destejer toda la maraña.
Sigamos, pues, revisando la historia que se puede leer entre líneas en unos Evangelios de los que ahora reniega la Iglesia pero en los cuales tuvo una fe inquebrantable en una época pasada.
Joaquín y Ana, decíamos, mayores ya para concebir con la facilidad habitual, recurren al Templo que, por aquella época debía de ejercer, entre otras funciones, la de clínica de fertilidad o centro de fecundación inútero (esto es, de un "aquelarre químico de laboratorio", en palabras del obispo de Córdoba). Parece que Joaquín era rico, e incluso puede que él mismo fuera sacerdote:
«Las copias antiguas diferían de la de Jerónimo, pues de una de ellas aprendió Fausto, un nativo de Bretaña, que llegó a ser Obispo de Riez, en Provenza, empeñado en demostrar que Cristo no fue Hijo de Dios hasta después de su bautizo; y que no era de la casa de David y de la tribu de Judá, porque, conforme al Evangelio que citaba, la propia Virgen no era de esta tribu, sino de la tribu de Leví; siendo su padre un sacerdote de nombre Joaquín». ("Los Evangelios y Epístolas Suprimidos del Nuevo Testamento Original de Jesús el Cristo", Arzobispo William Wake)
Antes de continuar quiero hacer notar que, curiosamente, en este punto la única copia que difería era la de Jerónimo a quien, no obstante, se declaró Padre de la Iglesia.
El caso es que de aquella visita al Templo nació María, quien luego sería madre de Jesús, y la cual, por haber sido concebida extramatrimonialmente, si bien por métodos moralmente aceptables en aquella sociedad, no puede eludir una cierta sombra de bastardía.
«1. Hijo nacido de una unión ilícita. 2. Hijo de padres que no podían contraer matrimonio al tiempo de la concepción ni al del nacimiento. 3. Hijo ilegítimo de padre conocido».
O bien, según el 1913 Oxford Unabridged Dictionary:
«Concebido y tenido fuera de matrimonio legítimo; ilegítimo».
Joaquín, obligado quizá por una promesa, o bien como forma de compensar al Templo por su ayuda en la concepción de María, según nos cuentan tanto el Evangelio de María como el Protoevangelio (escrito por "Santiago el Menor, Primo y Hermano del Señor Jesús, Apóstol principal y primer Obispo de los Cristianos de Jerusalén") tan pronto cumplió la pequeña tres años la llevó al Templo:
«Y cuando la niña tuvo tres años, Joaquín dijo: "Invitemos a las hijas de los hebreos, que estén inmaculadas, y que cada una encienda una lámpara, y que estén iluminadas, para que la niña no se vuelva de nuevo, ni se ponga su mente contra el templo del Señor"». (Protoevangelio 7, 3)
No se puede negar la relación entre el Templo y la sexualidad en tiempos muy anteriores a la época de Jesús:
«Sabemos, claro está, por la Biblia, que los sirios en Palestina eran dados a adoraciones sexuales. Había imágenes (fálicas) erigidas y "aseras" (símbolos sexuales) sobre toda colina elevada y bajo cada árbol verde; y estas mismas imágenes y los ritos relacionados con ellas se colaron en el Templo judío y fueron lo bastante populares para mantener su posición allí durante un largo periodo desde el rey Roboam en adelante, no obstante los esfuerzos de Josías y otros reformistas por extirparlos». ("Credos Paganos y Cristianos", Edward Carpenter)
De modo que el propio Templo incentivaba la dedicación de jóvenes de ambos sexos a las relaciones sexuales en su recinto:
«Además había chicas y hombres (hierodouloi) regularmente vinculados durante este periodo al Templo judío como a los Templos paganos, para la prestación de servicios sexuales, los cuales eran reconocidos en muchos casos como parte del ritual. A las mujeres se las persuadía de que era un honor y un privilegio ser fertilizadas por un “hombre santo” (un sacerdote u otro hombre vinculado a los ritos) [….] Se esperaba que las chicas que ocupaban su sitio como hierodouloi en el Templo o en el recinto del Templo se entregasen a adoradores masculinos en el Templo, muy a la manera, probablemente, como Herodoto describe en el templo de la Venus babilonia Mylitta, donde toda mujer nativa, una vez en su vida, se suponía sentarse en el Templo y tener relación con algún extraño». ("Credos Paganos y Cristianos", Edward Carpenter)
Habiendo sido criada en el Templo desde los tres años, no es de extrañar, pues, que María recibiese la educación necesaria para cumplir este trámite. No obstante, la historia se complica cuando el sumo sacerdote Zacarías sucumbe ante la "belleza" de María (que debía de tener unos doce o trece años, como mucho):
«Y los sirvientes fueron y las trajeron al templo del Señor, y el sumo sacerdote les dijo: "Echad a suertes ante mí ahora, quién de vosotras hilará el hilo dorado, quién el azul, quién el escarlata, quién el lino fino, y quién el verdadero púrpura". Entonces el sumo sacerdote conoció a María; que ella era de la tribu de Israel; y la llamó, y el verdadero púrpura le tocó a la parte de ella hilarlo, y ella se fue a su propia casa. Pero desde ese momento Zacarías el sumo sacerdote se quedó mudo, y Samuel fue puesto en su habitación hasta que Zacarías habló de nuevo». (Protoevangelio 9, 3-5)
Ese mismo enmudecimiento ante la belleza de una mujer se comenta en otras historias, así de ficción como reales. Ese es precisamente el argumento de un episodio de una serie de culto de los años ochenta, "Doctor en Alaska" ("Northern Exposure" según su título original). El episodio 2 de la segunda temporada, titulado "El gran beso", nos muestra al locutor de la única emisora de radio del pueblo enmudecido ante la belleza de una chica de paso; y la solución común en estos casos consiste en tener relaciones sexuales con la mujer más bella que encuentre, aunque en la serie, muy suave en estos aspectos, se nos hacer ver que la cuestión se resuelve finalmente con un beso. Zacarías, en cambio, no necesitaba ser diplomático y casi ni discreto a la hora de resolver su mudez.
El resultado de ese encuentro entre Zacarías y María, cuidadosamente omitido, puede intuirse muy fácilmente a partir de las prisas que le entraron al sacerdote por buscar un marido adecuado para la chica:
«Y mirad que el ángel del Señor vino a él, y dijo: "Zacarías, Zacarías, ve y convoca a todos los viudos de entre el pueblo, y que cada uno traiga su vara, y aquel por el cual el Señor muestre una señal será el esposo de María". Y los pregoneros salieron por toda Judea, y la trompeta del Señor sonó, y todo el pueblo corrió a reunirse. José también soltando su hacha, salió a reunirse con ellos; y cuando estuvieron reunidos, fueron al sumo sacerdote; llevando cada hombre su vara. Después de que el sumo sacerdote hubo recibido sus varas, entró al templo a orar; Y cuando hubo terminado su oración, cogió las varas, y fue y las distribuyó, y no hubo ningún milagro que las acompañase. La última vara fue recogida por José, dijo "mirad" una paloma provino de la vara, y voló hacia la cabeza de José. Y el sumo sacerdote dijo: "José, tú eres la persona elegida para tomar a la Virgen del Señor, para mantenerla para Él"; Pero José rehusó, diciendo: "Soy un hombre anciano, y tengo hijos, pero ella es joven, y temo que pueda aparecer ridículo ante Israel". Entonces el sumo sacerdote replicó: "José, teme al Señor tu Dios, y recuerda cómo trató Dios a Datán, Cora y Abirán, cómo la tierra se abrió y les tragó, a causa de su contradicción. Ahora, por tanto, José, teme a Dios para que no ocurran cosas parecidas en tu familia"». (Protoevangelio 8, 6-15)
Como se observa, la gravedad de la situación lleva a Zacarías a verter sobre José y toda su familia una velada amenaza de muerte si, incumpliendo lo que se le pide, no se casa con María. También quiero hacer notar la muy significativa respuesta de José: es anciano y ya ha tenido hijos. Lo primero convertiría la maternidad de María en un halago público a la virilidad de José (aunque éste no supiera del estado de gestación de María, no sería de extrañar que, dada su edad, ya supiera muy bien cómo funcionaban las cosas en el Templo); lo segundo garantizaba al Templo alejar de sí las sospechas del embarazo de María, puesto que su esposo ya había demostrado su virilidad en varias ocasiones.
Se puede alegar aquí que el enmudecimiento de Zacarías fue posterior a la boda de María con José, pero realmente el embarazo de María se puede calcular en unos dos meses anterior a la boda, porque José se despide de ella inmediatamente después del casamiento y tras seis meses la encuentra con una notable preñez. Teniendo en cuenta que en la época no sería raro esperar un mes y medio o dos meses antes de atribuir la falta de regla a la gestación, podríamos acercarnos incluso a los dos meses y medio cuando casan a la niña con el anciano José. Además, su embarazo tampoco se puede atribuir a José, dada la reacción de éste cuando vuelve de su trabajo en la construcción de casas, seis meses después de la boda:
«Entonces golpeándose el rostro, dijo: "¿Con qué cara puedo mirar al Señor mi Dios? O ¿qué diré en relación a esta joven mujer? ¡Pues la recibí Virgen sacada del templo del Señor mi Dios, y no la he conservado así!». (Protoevangelio 10, 2-4)
A quienes finalmente se aferren a la concepción divina, cuestiones de fe aparte, me permito sugerirles la lectura de algunas obras que describen la abundante relación entre los mitos de virginidad de las religiones precristianas, de los cuales el judaísmo, y por tanto, el propio cristianismo, son herederas. De hecho…:
«A los seguidores de Jesús incluso se les acusó a veces – si con razón o no, no lo sé – de celebrar misterios sexuales en sus fiestas del amor». ("Credos Paganos y Cristianos", Edward Carpenter)
De niño fueron las palabras de un catequista las que me presentaron una realidad tal que no tardé más de tres meses en comenzar a cuestionarme la verdad que se nos contaba desde los púlpitos. Más tarde fue un sacerdote rígido en sus formas y no sabría decir si también en sus propósitos quien me confirmó en cerrar mis oídos a sus huecas pláticas. Curiosamente fue durante mi supuestamente revolucionaria adolescencia cuando otro sacerdote, sencillo, franco, muy identificado con la teología de la liberación, me presentó a un Jesús que no tenía casi nada que ver con aquel de las iglesias: al Jesús de la calle, de los pobres, de la fiesta, y hasta del deseo carnal, puesto que se relacionaba con prostitutas (independientemente de si Jesús mismo vivía lo que conocemos como una sexualidad plena o no). Ese contraste entre prédicas basadas en los mismos textos me decidió a no confiar nunca más en cuentos leídos, y me empujó a desear leerlos por mí mismo. La Biblia, el "Kama Sutra" (o "Aforismos del Amor"), el Corán, "Las Mil y Una Noches" y algunos Upanishads forman parte de las verdades que yo mismo me he desvelado. Y ahora están en lista de espera obras como "Mein Kampf " y algunos clásicos.

El mundo se encuentra en una encrucijada. Estos cruces de caminos son puntos que invitan a la reflexión, a repensar de dónde venimos y, no adónde vamos, sino adónde queremos llegar. Pero si nos mentimos a nosotrxs mismxs acerca de nuestro pasado, jamás sabremos elegir el camino al futuro. Por eso he escrito esto (siento haberme alargado tanto, pero necesitaba incluir textos que confirmasen mis duras conclusiones), para pedir a quienes saben, que por favor, dejen de sostener esas mentiras que tanto daño nos están haciendo a todxs, en el fondo, a ellxs también.
Sinelo