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miércoles, 20 de enero de 2016

Tetas vs Testosterona



Tengo que reconocer que las tres o cuatro primeras veces que vi en los medios una protesta del colectivo Femen pensé con el pene. Ver a dos o tres chicas rusas jovencitas mostrando su torso desnudo, y por tanto sus pechos, en el frío de su país me sonaba más a reclamo de una cadena de puticlubes o de páginas web pornográficas que a una protesta feminista. A partir de la cuarta o quinta aparición, y sobre todo, de su extensión en Francia, empecé a cuestionarme a qué respondía verdaderamente aquel movimiento. Me ayudó a comprenderlo el programa que Risto Mejide les dedicó, aunque no tanto por el despectivo sarcasmo con que les hablaba y las contemplaba, sino por la sincera devoción con que describían su protesta y los fundamentos de sus formas.
Toda persona inteligente sabe que no es posible cambiar las conductas de millones de personas a corto plazo, salvo que se disponga de tantos medios de comunicación para hacer llegar a todas cuasi simultáneamente un mismo mensaje. Por eso resulta pueril el método empleado por este y otros grupos a los que el sistema llama, también despectivamente, "radicalizados". No obstante, a la vez me parece digna de alabanza la nobleza de sus fines, que no incluyen sólo a las chicas y a unos pocos chicos que las apoyan (algunos de ellos tardarán quizás años en saber por qué), sino a todas las mujeres de la especie humana. Considero también que merece el mayor elogio su valentía al salir a pecho descubierto ante el sistema, retando a guardaespaldas y a servicios de seguridad de todo pelamen. Y es por ambas razones que me parecen merecedoras de mucho más apoyo del que parecen tener, sobre todo por parte de los medios de comunicación, que "comprensiblemente" se ven inmersos en la maraña de la política y economía nacionales e internacionales.
Son estos, los medios, quienes tienen realmente la capacidad de incitar a introducir cambios sociales de calado, no sólo en las sociedades occidentales, sino en todas, en todo el mundo, porque son ellos los únicos capaces de hacer llegar un mensaje común a todos los puntos del planeta, en poco tiempo, de crear corrientes de opinión, de poner a las diversas sociedades ante el espejo que les muestre su hipocresía, su egoísmo y, en definitiva, sus errores (puedes ver más sobre esto en "El Dilema de la Edad").
En concreto en el tema de la igualdad de género, hay muchos movimientos feministas y muchas luchadoras independientes que, sin pretenderlo, suponen también un obstáculo al cambio. Es cierto que, como decía antes, una actitud radical lleva a que los comportamientos más obtusos se cierren todavía más en sus cuestionables principios, pero que sean las propias mujeres feministas quienes cuestionen conductas tradicionalmente ligadas a la relación de dominio-sometimiento machista deslegitima socialmente a aquellas mujeres que luchan por su libertad como personas mediante símbolos aparentemente opuestos a la misma. Es como si todo su desprecio a esos símbolos hubiese cuajado en una dosis de testosterona que las lleva, desde su feminidad y su reivindicación igualitaria, a mirar por encima del hombro, condescendientemente en el mejor de los casos, a esas otras luchadoras de la batalla diaria que no tienen reparos en utilizar las llamadas "armas de mujer" (una expresión que demuestra que éstas formaron parte de los métodos feministas allá por los ochenta del pasado siglo) para abrirse paso a codazos en un mundo masculino. Hablo, por si aún hay dudas, no sólo de aquellas que voluntariamente ofrecen servicios privados a caballeros y señoras de toda la escala social (desde el mero acompañamiento y las más perversas o morbosas actividades en entornos de lujo y derroche hasta las más burdas actividades sexuales en los más lúgubres ambientes), sino también de aquellas otras que siendo grandes en sus profesiones han sabido usar en las distancias cortas (entrevistas personales, no pretendo sugerir nada más) los encantos con que la naturaleza las dotó, así como aquellos otros de los que ellas mismas supieron dotarse.
También es verdad que ese tipo de comportamientos parecen incluso justificar las actitudes de dominio masculino, pero la lucha feminista por la igualdad de género no puede dejar morir por el camino la exuberancia que ambos géneros pueden desarrollar en la expresión diaria y más cotidiana de su sexualidad.
Con los seres humanos ocurre como con lxs camaleonxs: la igualdad no se consigue haciendo que todxs se vuelvan del mismo color, sobre todo porque a estas alturas ya nadie sabe quién tiene el color original correcto. Lo importante es que cada unx se revista del color con que más cómodx se sienta, sin que ello le suponga ser estimadx en menos que otrxs. O incluso de todo un arcoíris de colores, si le place.
Sinelo