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sábado, 9 de mayo de 2020

Del río al ataúd

En una época en que era tan niño que los únicos recuerdos que tengo provienen de escenas comentadas una y otra vez en familia, la mía, que por entonces sólo contaba con cuatro miembros, hizo dos excursiones a la no muy lejana sierra de Cazorla, junto a otros parientes. Sólo hay tres escenas clavadas en mi memoria por efecto de aquellas remembranzas tempranas.

En una mi hermano intenta llenar con la fresca agua del Guadalquivir recién nacido un jarrito azul o su equivalente de mi propiedad, verde. En otra el agua se descuelga cual fresco cortinaje, sobre la roca, desde una altura que con aquel tamaño mío se me antojaba colosal. En la tercera escena, que es prácticamente un recuerdo prestado por mi hermano, caminamos por una ladera muy empinada, cuesta abajo, descendiendo hacia el río.

He soñado muchas veces con aquella excursión. Generalmente rememoraba aquella caminata en plena naturaleza, bajando entre el miedo a caer y la ansiedad por alcanzar el fondo, aquella atrayente senda del agua sobre y entre piedras pacientemente alisadas por la constancia de la caricia húmeda. Otras veces, en años muy posteriores, he tenido extraños sueños en los que una calle de aire familiar se retorcía hacia el río como si fuera una escalera de caracol. La ansiedad entonces era ver el agua y no poder beberla ni bañarme en ella. Curioso deseo, teniendo en cuenta que no sé nadar.

El caso es que el azar ha querido que entre las imágenes que guardo para usarlas como fondo de pantalla esté ahora una que cumple todos mis sueños de infancia y mis deseos, en esta penosa adultez de obesidad y torpeza: una rústica escalera de madera desciende hacia lo que parece ser un río profundo (para disfrutar del frescor y degustar el agua preferiría un río o riachuelo con poco fondo y mucha piedra, pero no se puede tener todo) de aguas tranquilas y sugerentemente refrescantes.

En estas semanas de semirreclusión lo que quizá más eche de menos sea volver a sentarme sin ninguna otra cosa que tiempo, junto a una pequeña corriente de agua saltarina, danzando entre las mudas piedras con su descarada frescura.