Desde
mi más remota infancia he contemplado a la mujer, no como objeto,
pero tampoco como sujeto estrictamente hablando, sino más bien como
concepto. Esa distancia hizo que en mi relación inicial con ellas el
papel que, se suponía, debían jugar en mi vida, pesara más que su
identidad grupal o individual, si bien ambos conceptos formaban parte
inescindible de ese rol que les asignaba. Haber sido educado en una
época de segregacionismo escolar hizo que incluso en mi adolescencia
ellas intrepretasen en mi vida el papel que mi imaginación les
repartía.
Fue
ya cerca de los treinta años cuando mi pequeño castillo de nubes
comenzó a desdibujarse, agitado por unas manos que también en todos
los demás órdenes pusieron mi vida patas arriba, pero para nada
destruyéndola, sino complementando, reestructurando, reformando.
Ella era feminista hasta la médula, aunque curiosamente lo negaba
firmemente por más que me invitara a ir a la biblioteca municipal a
buscar libros sobre el tema. No sé si ha escrito o si escribirá
algo, pero es más musa que intérprete, y no porque ese sea el papel
que yo le asigno, sino porque está en su naturaleza serlo. Al menos,
en el aspecto literario.
El
caso es que siempre me pregunté por qué negaba su feminismo
militante, y creo haber comprendido sus razones.
En
el análisis de la actualidad más allá de los “mundos de Yupi”,
es decir, la salud, la cocina, la moda, el hogar y los cotilleos, aun
habiendo existido desde hace muchas décadas (vale, o desde siempre,
pero “mi” sociedad es apenas anterior a mi nacimiento), no veo en
Twitter sesudos análisis de la política o de la economía firmados
por mujeres a los cuales seguirle la pista.
Tengo
entre mis gurús, entre mis sabixs de referencia, a Antón Losada,
Máximo Pradera, Iñaki Gabilondo y Julio Anguita. También tengo
entre mis referencias a Julia Otero, Barbijaputa, Elisabeth G. Iborra
y Cristina Almeida (incluso podría mencionar a Patricia Horrillo),
pero normalmente sus artículos de opinión van enfocados a alguno de
los aspectos de la lucha feminista, e incluso cuando hablan de otro
tema, a causa del enfoque que le dan se puede casi ver físicamente
entre líneas el eterno sermón feminista. Pero es que incluso
temáticamente ellas mismas limitan y condicionan su campo de acción.
Con la honrosa excepción de la Otero, que a veces se desliza fuera
de ese ceñido vestido, las demás mujeres a las que sigo
habitualmente se limitan a su enfoque feminista de los ámbitos más
masculinizados de la sociedad. Sé que hay miles de mujeres que
opinan sobre otros temas de forma asexuada, o unisex, si lo preferís
llamar así, pero por alguna razón (que todxs sabemos cuál es) sus
artículos de opinión no parecen tener tanto calado social ni tanta
difusión.
Mi
amiga huía de eso: del monotema; y creo que lo hacía básicamente
por dos razones. En primer lugar eso limitaba el campo de su
discurso, que se veía constreñido a todos aquellas cuestiones que
permitiesen el feminismo como tema transversal; y en segundo lugar
condicionaba su discurso, sujetándolo a su condición de mujer,
relegando su condición de persona a un segundo plano, cuando debería
ocurrir a la inversa; y no digamos la condición de trabajadora, de
estudiante, de voluntaria de una organización social, o cualquier
otra cuestión que pudiera atañerle.
Así,
ocurre con el feminismo como con el racismo en Estados Unidos.
Durante unos dos o tres siglos el discurso de la población negra fue
“me discriminas porque soy negrx”, y ello, por una parte segregó
la lucha por la igualdad racial negra de la de otras minorías
raciales, pero también, incluso hoy día, separa esa lucha de la que
reclama la igualdad por razones de diversidad sexual, apariencia
física, diversidad funcional, posición económica, etc., y por otra
parte dió a la planificación de la tolerancia y de la convivencia
un enfoque tan sesgado que hizo brotar más tarde otras
sub-discriminaciones: me aceptan siendo de color, pero me rechazan
por ser pobre, gay, mujer...
Es
por ello que mi grito superlativamente fuerte es ¡¡¡¡A LA MIERDA
EL FEMINISMO!!!! Lo mismo que el racismo, y todos los movimientos
igualitaristas que dan a su lucha un enfoque sesgado. Al luchar en
pro de la mujer, vosotrxs, feministas, estáis debilitando vuestra
propia lucha y la del resto de colectivos, entre otras razones porque
estáis reclamando para vuestra causa una prioridad que no tenéis
derecho a asignaros. Cada vez que una de las mujeres que os dan voz
en los medios escritos se pone a redactar un texto pareciera que su
esencia se redujera a un lema del tipo “cuidado, hombres, que este
coño tiene cerebro y sabe cómo usarlo”. Pues bien, mis queridos
coñitos, salid de los límites de vuestro cuerpo y abríos a los de
vuestra humanidad. Quizá así veais que hay muchas más injusticias
en el mundo, dejéis de discriminar al resto de indignadxs por no ser
mujeres feministas, y empecéis a cambiar las cosas realmente.
Quizás.