Cuando la gente piensa en el
mapa autonómico español le viene a la mente aquella expresión del
“café para todxs”, pero en el fondo no saben de dónde viene esa
idea.
Al redactar la actual
Constitución, siendo dos de los redactores Miquel Roca i Junyent y
Jordi Solé Tura, se cuidaron muy bien de dar una salida
constitucional y, por tanto, ordenada, a las ansias nacionalistas
especialmente arraigadas en País Vasco y Cataluña. Lo de Navarra y
Galicia es otro cantar, son particularidades que merecen sendos
estudios aparte. Así, el artículo 151 de la Constitución reflejó
los fundamentos legales para un desarrollo autonómico rápido y muy
completo de las llamadas “regiones históricas” (o
“nacionalidades históricas”).
Ignoro quién fue el promotor
de la idea, pero por alguna razón, aparte del citado 151, se recogió
en el artículo 143 una segunda vía para que el resto de regiones
pudieran tener acceso a un cierto grado de autonomía propia, aunque
con menores atribuciones y con unos plazos de desarrollo autonómico
más lentos, negándoles el derecho de asumir ciertas competencias.
A nivel nacional gobernaba la
UCD de Adolfo Suárez, y a alguien le pareció buena idea pedir la
autonomía para Andalucía por esa segunda vía, o vía de segunda
más bien. No contaban con el espíritu del pueblo andaluz. Pese a
los intentos por menospreciarlo, a pesar de los prejuicios y los
tópicos directa o indirectamente denigrantes que se le adjudicaron
durante el franquismo, el pueblo andaluz siempre ha tenido claro que
no es mejor que otros, pero tampoco peor, que no somos más que
nadie, pero tampoco menos, y esa segunda vía implicaba reconocer a
los pueblos vasco y catalán una categoría a la que el andaluz se
siente con pleno derecho a pertenecer: la de las regiones históricas.
Los territorios
originariamente, y siempre, antropológicamente, se organizan, no en
divisiones políticas o administrativas, sino en zonas naturales en
función de la orografía. Así, el río Guadalquivir, aunque a vista
de satélite parezca la cicatriz de una herida divisora, actuó más
bien como gran vía de comunicación, junto a sus principales
afluentes, alrededor de la cual se fueron asentando los más
significativos pueblos del interior de la región. La diversa
orografía andaluza ha configurado una diversidad de climas asombrosa
en una región tan relativamente pequeña; esto, unido a la variedad
de pueblos que han tenido asentamientos más o menos duraderos en
estos territorios, ha dado lugar a su vez a una rica diversidad de
caracteres y de hablas locales y acentos que para muchxs habitantes
de otras regiones serían suficientes para crear divisiones
nacionalistas en una insostenible atomización de identidades
locales. Sin embargo, existe una identidad común andaluza, un
nacionalismo andaluz que, aunque excluyente por definición, como
cualquier otro nacionalismo, resulta incluyente en la práctica, como
muy bien reflejó Blas Infante en la letra que le compuso al himno:
«Pedid tierra y libertad
Sean para Andalucía libre,
España y la Humanidad».
Dudo mucho que ningún otro
himno reconozca tan claramente que un pueblo se siente parte de una
entidad mayor sin perder su identidad y, a la vez, pida los mismos
derechos y reconocimientos para todos los demás pueblos de la
Tierra.
Sinelo