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martes, 21 de junio de 2016

Vuestros pecados, mis penitencias


Otra vez elecciones. Otra vez los unos diciendo lo malos que son los otros y los otros diciendo lo malos que son los unos; o lo buenos que somos nosotros y lo malos que son los otros. Además, es que ni se molestan en disimular; todo un Presidente del Gobierno lo dijo tal cual, en plan “votadnos a nosotros porque si no, vendrán los malos”.
Un discurso elaborado, sí señor. Pero claro, hay que tener en cuenta que se dirigen a unas masas de rumiantes “pacentes”, que se tragan sin pensar lo que oyen, lo remueven en cada uno de sus cuatro estómagos (a saber, la economía, la justicia, el empleo, y el “orden social”), y de la misma irreflexiva manera, una vez digerido, lo sueltan en forma de estiércol con el que abonan su círculo social.
No, no te rías tanto, iluso podemita. No me estoy refiriendo sólo a la masa de aborregados fachosos, esos cuya dignidad quedó anclada a la cama del Caudillo como una suerte de pátina de añoranza. Tampoco me limito a criticar a las turbas socialistas, no a las vuestras, sino a las de toda la vida; esos indolentes durmientes que viven soñando hallarse aún en los ochenta de Felipe, que se creen hacedores de patria y deshacedores de entuertos sociales, cuando ellos mismos también han puesto su importante contribución en el saqueo nacional.
También hablo de vosotros, que os creéis la supuesta luz liberadora de una coletuda luciérnaga de laboratorio; de vosotros, que negáis el parecido con allende los mares de vuestras formas mientras vuestras huestes adoptan las armas y estrategias del hermano americano.
Y por supuesto, qué decir de los mercenarios anaranjados, a las órdenes del más mercenario y menos digno de confianza de todos ellos.
¿Qué decir? Pues que cada uno por separado y, sobre todo, en conjunto, me dais casi tanto asco como miedo. Pero no por lo que podáis hacerle al país, o a quien se ponga en vuestra contra. Eso, siendo terrible, no es lo peor, como presuntos seres humanos con dignidad que se supone que sois. Lo peor es la alegría con la que renunciáis a esa misma dignidad o, incluso, cómo os creéis en su posesión mientras olfateáis la mano del amo y aceptáis sin rechistar la caricia o el manotazo.
Otra vez elecciones, en esta pseudodemocracia diseñada allende los mares que tan airadamente criticabais y que de pronto parece haber tomado a vuestros ojos todo el crédito que antes le negabais; acaso porque ahora os paga unos buenos sueldos. Bueno, a vosotros no, claro, a vuestros amos.
Lo que más me molesta es que yo lo veía venir. Ya escribí hace tiempo en mi viejo blog: «Olvidad a los salvadores, que sólo quieren engañaros. No os dejéis embaucar por los adalides el cambio, o se convertirán en capataces de vuestros actos». Pero no, tampoco es eso. En realidad lo que más me molesta y me desconcierta es que yo con mi miopía e ignorancia fui capaz de verlas venir, y al parecer nadie más con influencia social tuvo redaños o clarividencia suficiente para verlo.
Pues hala, id a votar al amo con alegría y determinación, que yo seguiré abriendo fosas comunes en las que dar sepultura a los restos de vuestras maltrechas dignidades.
Sinelo