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lunes, 15 de febrero de 2016

Paranoisis


paranoisis: Dícese de cada uno de los episodios de paranoia sufridos por una persona paranoica.
Cuando se habla de la caída del felipismo y de la meritoria victoria de José María Aznar suele omitirse la mención del atentado que sufrió éste no mucho tiempo antes de las primeras elecciones que ganó. No suele citarse, en cambio, nada de la decisiva ayuda que obtuvo de los medios de comunicación, muy especialmente del diario “El Mundo” de Pedro J. Ramírez.
Aunque la llegada al poder de Felipe González ocurrió durante mi adolescencia, ese hecho no le dotó de una duradera imagen de líder carismático a mis ojos; ya el ingreso de España en la OTAN supuso un cántaro de agua fría a mis expectativas de progreso y pacifismo, lo que me volvió crítico con cada una de sus actuaciones y declaraciones.
Aznar llegó tras una breve sucesión de líderes “de mistos” (como aquellas escopetas que en mi época estaban permitidas incluso a los niños, no sé si tanto legalmente como socialmente), es decir, líderes temporales cuya validez finalizaba con el primer fracaso electoral en el que sucumbieran. Pero, curtido en el desalmado mercadeo internacional del armamento, él no estaba dispuesto a conformarse con ese papel de “usar y tirar”, de modo que se presentó a las elecciones frente a Felipe hasta ganar las definitivas en 1996.
Aznar ya había venido dando sobradas muestras de su mezquindad política y de su amor por la mentira y la manipulación. Habían salido a la luz en varias convocatorias electorales diversos fraudes que habían protagonizado afines al PP, como la inclusión de difuntos en las listas del censo electoral, inscripciones de unx mismx votante en el censo de diversos municipios, o incluso la compra directa de votos que se materializaría más tarde con el mayor descaro en el “tamayazo”. Y estaba además la manipulación de los medios: años más tarde supe que hubo medios en los que se inventaban supuestos casos de corrupción a distintos niveles dentro del PSOE, los cuales contribuyeron decisivamente a socavar el apoyo popular con que había venido contando Felipe González.
Pero el golpe definitivo vendría de la mano de las células más intrigantes de Aznar. El descontento por el estado de la economía y del empleo en la década de los ochenta en España, junto a aquellas noticias de corrupción, como decía, casi todas falsas (creo recordar que conté más de veinte casos de corrupción atribuidos al PSOE de los cuales sólo tuvieron condenas unos cinco o seis) se habían demostrado insuficientes frente al carisma de González, que defenestraba a Aznar en cada debate electoral.
Un atentado ocurrido el 19 de abril de 1995 en el que el coche de Aznar resultó destrozado y «19 personas, entre ellas sus escoltas, sufrieron heridas», incluidos «dos hombres, con lesiones de pronóstico grave», mientras que él sólo tuvo conmoción y unos «ligeros rasguños en la cara» (en un coche blindado, ¿qué partes hay sueltas para causar daño, y qué partes podrían causar un daño tan débil?). Sin embargo, pese a la diferencia entre los daños que sufrió el persistente candidato a la presidencia y los que sufrieron otras personas, la opinión pública se centró en convertirle a él en la principal y mayor víctima del atentado (nada se supo de lxs demás, salvo uno o dos fallecimientos tardíos citados en la noticias). Obviamente el ataque había sido contra él, pero habiendo sido la herida de mayor gravedad «una anciana, que [...] estaba en coma», cuya vivienda se derrumbó con la explosión, ¿no habría sido más humano centrarse en las víctimas más afectadas en vez de poner el foco en la más famosa?
Los comandos de ETA en aquellas época solían tener una cierta eficacia; de hecho, usaron un detonador por cable en lugar de su habitual detonación por radio, conocedorxs de que el coche iba equipado con «un inhibidor de frecuencias que interrumpe las emisiones que capta a su paso», y aunque al parecer calcularon a ojo el momento de la detonación, fallaron por poco; eso hace que resulte más extraño pensar que organizasen un atentado tan significativo en un lugar tan poco eficiente, ya que «[l]a onda expansiva perdió parte de su poder mortífero por ser una calle muy abierta y de edificios bajos».
También resulta llamativo que la policía supiera ya al día siguiente que la bomba había constado de unos «con 40 kilos de amosal y otros 40 de tornillería», sobre todo teniendo en cuenta que «[l]as investigaciones del atentado corrieron a cargo de la recién creada Unidad Territorial Antiterrorista (UTA), dependiente de la Brigada de Policía Judicial», investigación que suponía el debut de dicha unidad, por lo cual, además «[l]a inexperiencia se hizo notar en una cierta desorganización y despiste de los agentes que intervinieron en la operación, según reconocen fuentes policiales».
Lo que sí trascendió inmediatamente a los medios fueron las primeras palabras de Aznar: «Estoy bien, estoy bien. ¿Cómo están los míos?», refiriéndose a sus escoltas. Algo muy propio de él, pensar en primer lugar en “lxs suyxs”.
En definitiva, cabría pensar que el propio Aznar, con el apoyo de unx o dos de sus más leales seguidorxs, habría organizado alguna pequeña acción propagandística, haciendo llegar alguna descabellada propuesta a “alguien”, a cambio de que otro “alguien”, una vez en determinado puesto, comenzase unas negociaciones (que, lógicamente, no tenía la menor intención de llevar a término) durante las cuales usase una expresión del tipo “frente nacional de liberación vasco”. Refuerza esta idea el hecho de que, aunque el atentado «confirm[ó] las sospechas de Interior de que ETA estaba preparando desde hac[ía] dos meses una acción contra algún importante dirigente del PP en Madrid», no obstante «la policía ha[bía] venido asegurando durante este tiempo que no había "ningún dato objetivo" que avalara esta sospecha» y por su parte «[e]l ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, [….] confirmó que el líder del PP no figuraba en ninguna lista de objetivos de ETA».
Como ahora sabemos, el Partido Popular se presentó “dopado” con un extra de financiación ilegal en muchas convocatorias electorales. Cuando ninguna forma de financiación de los partidos era ilegal el osado José Mari, cuyos negocios le proporcionan contactos en el mundo de los expertos en armamento y explosivos, es posible que un año antes de las elecciones buscase asesoramiento para llevar el dopaje más allá de los tradicionales trapicheos con el censo y los votos por familias, soborno, chantaje o engaño. Pero, en fin, como decía, todo esto es el fruto de una paranoisis.


(haz clic aquí para consultar el significado de “mistos”)

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