Cuando el ser humano
comenzó a establecer asentamientos estables empezó a afrontar una situación
nueva: la acumulación de posesiones. Obviamente, esas posesiones eran el fruto
de la explotación de determinados recursos naturales, a los cuales se sometía a
diversos procedimientos: darle forma, mezclarlos de distintas maneras,
fragmentarlos, someterlos al fuego… Cuanto más complejo era el tratamiento o la
obtención de las materias primas, más exclusiva resultaba su posesión.
En aquellas sociedades
igualitarias, basadas en la comunidad, esa exclusividad significaba pasar a ser
un bien no privado, a disposición de toda la comunidad, igual que ocurría
cuando varias comunidades se unían para compartir un bien escaso: territorios
de caza, manantiales de agua, vetas de mineral…
En cambio, en las
sociedades jerarquizadas, se veía normal que si alguien encontraba un objeto
peculiar, una piedra brillante, o de determinado color, por ejemplo, ese objeto
pasase a ser propiedad de uso exclusivo de aquel individuo más destacado (el
jefe o rey) o para quien se considerara más adecuada su posesión (el hechicero
o sacerdote).
Las cosas comenzaron a
complicarse cuando se idearon formas de riqueza, como el dinero, a las que se
podía acceder mediante el trabajo, y en concreto, mediante trabajos que sólo
requerían del propio cuerpo y poco más. Sé que a todo el mundo le vendrá a la
mente la palabra "prostitución", pero no necesariamente. Ya en la
Antigüedad había muchos oficios que no precisaban de otros aditamentos que la
propia persona: criados (tal cual, o esclavos liberados), guías, intérpretes, e
incluso seguramente algunas profesiones que hoy nos parecen inimaginables,
inconcebibles, cuya naturaleza dependía de alguna cualidad que en su entorno
resultaba extraña o curiosa. Por ejemplo, sabiendo en la actualidad que
personas con alguna discapacidad psíquica tienen no obstante una asombrosa
capacidad para contar objetos de un vistazo, e incluso para recordar su
posición exacta, ¿no resultaría creíble pensar que las primeras personas que
vieron en el firmamento nocturno algo más que una ingente maraña de puntos
brillantes tuviera unas capacidades semejantes? Y ese es sólo un ejemplo (más o
menos discutible, puesto que hablo desde la supina ignorancia) de las muchas
cualidades peculiares que podían adornar a diferentes individuos desde tiempos
prehistóricos. En la actualidad aún hay muchos más empleos cuya productividad
se basa en el uso hábil del propio cuerpo, o bien de las habilidades
intelectuales o sociales que se posean: relaciones públicas, comisionistas, masajistas,
intérpretes de lengua de signos o de idiomas, etc.
Otro vuelco extraño
ocurrió cuando lo poseído resultó ser tan artificioso y de tan limitada
utilidad como el dinero, esto es, los títulos mobiliarios: acciones, letras de
cambio, etc. El dinero ganado antiguamente con el mero trabajo propio se hallaba
limitado a la capacidad y resistencia física, así como a la competencia que
hubiese en dicha habilidad; en cambio, el comercio con valores (esto es, los
bienes mobiliarios) cuyo precio puede variar incluso sin que se produzca un
mercadeo real, un intercambio físico o de hecho un intercambio ni tan siquiera
virtual, implica una peligrosa carencia de límites al comercio de la que una
parte de la sociedad se beneficia ampliamente, autoabasteciéndose de un bien
cuya única finalidad es revenderlo una y otra vez hasta el fin de los tiempos.
Esta última forma de
comercio lleva a la creación de "burbujas" de cada vez más efímera
existencia, mientras que el resto de la humanidad ve restringida su capacidad
de generar riqueza primero por la disponibilidad del empleo, ya sea por cuenta
ajena o propia, segundo por la competitividad a la que esté sometido dicho
empleo, y tercero por la propia capacidad de generar beneficios dentro de los
estrechos límites que la sociedad le impone. Dado que la sociedad en este caso
se ha vuelto global, mundial, tanto para un grupo productor como para el otro,
nos encontramos ante dos vehículos de características muy distintas: por una
parte, un lento carromato que se va desgastando y empequeñeciendo con el tiempo,
y el cual por una mera cuestión humanitaria se ve obligado a recoger por el
camino cada vez a más personas que el otro ha dejado atrás; y por otro, un
veloz bólido cuya potencia va aumentando exponencialmente al tiempo que su peso
se va viendo reducido, acelerándose sin medida, sin control, y sin remordimientos.
Esta última forma de
vida, surgida en tiempos relativamente modernos, se alimenta de burbujas que
inflan sus beneficios a corto plazo, ajenas a las consecuencias colaterales que
generan, al mal que hacen al resto del mundo. Pero ahora, una vez que ha
empezado a nutrirse casi exclusivamente de esas burbujas (algo muy similar a lo
que ha ocurrido con la música, el cine, la literatura y otros mercados que generan
productos "efímeros"), se ve obligada a generarlas y consumirlas una
y otra vez, sin fin, sin medida, como un yonqui que generase su propia droga
pero que cada vez necesitara consumirla más a menudo y en mayores dosis.
La cuestión es: los del
carromato, ¿vamos a dejar que esto siga funcionando así, de esta forma tan
inhumana y descabellada, o vamos a hacer algo por remediarlo?
Sinelo
(si quieres saber más, lee "El Dilema de la Edad" https://t.co/b2osHLHLPd
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