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domingo, 13 de marzo de 2016

Evolución, o congelación


Hace pocos días tuve una breve y leve discusión con un par de tuiterxs acerca de la conveniencia de introducir cambios de forma voluntaria, consciente y premeditada en nuestra manera de escribir. En concreto la cuestión surgió a raíz de mi uso de la “x” como sustituto de la “@” y el de ésta a su vez para reemplazar a las aes, oes, o es, como vocales identificativas de género en algunas palabras; pero voy a omitir una disertación sobre mis motivos para tal uso, porque no es la razón de este artículo.
Lo importante estriba en ser conscientes de que todo evoluciona de manera “natural” o, en el caso de los elementos culturales, sociales, tecnológicos y científicos, de forma generalmente no planificada de manera global ni a muy largo plazo. Curiosamente, dado que nuestra existencia aparente se circunscribe a un periodo de tiempo al que llamamos “vida”, hemos adoptado el mismo término para referirnos a cualquier cosa: una empresa, una estrella, una galaxia, y hasta un agujero negro.
En realidad, siguiendo el principio de conservación de la energía, según el cual la energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma (y hay teorías que indican que la materia no es sino una forma de energía), deberíamos hablar más apropiadamente de existencia, y no de vida. Aplicado a la materia, sabemos que en las estrellas se forman los elementos, por orden de más ligeros (hidrógeno y helio) a más pesados (oro, hierro...), conforme va avanzando en el tiempo la existencia de la estrella. Por ejemplo, todos los átomos que forman parte de nuestro cuerpo, así como los de los demás seres vivos, se han creado en el corazón centro mismo de las estrellas, por lo que una porción infinitesimal de la materia y, de alguna forma, incluso de la energía, que formaban parte de algunas de ellas se han encontrado en un punto del espacio y del tiempo para la constitución de nuestros cuerpos. Así, podría decirse que esas estrellas “viven” en nosotrxs. Pero en realidad, poética aparte, se trata simplemente de una evolución natural de las partículas subatómicas en función de las diversas formas de energía que han ido incidiendo en esas estrellas, que en un proceso cuasi eterno de transformación saltan de un medio a otro buscando siempre un equilibrio.
Bajo mi punto de vista, lo mismo ocurre con algunas enfermedades y síndromes de origen adaptativo (miopía, astigmatismo...) o genético (cáncer). Especialmente revelador me parece el caso de ésta última enfermedad. En nuestra desordenada progresión científico-tecnológica vamos introduciendo mayores cantidades de radiación en nuestro entorno (la electromagnética, principalmente) y de sustancias químicas que no existen de forma natural, o que, aun existiendo en la naturaleza, en ningún caso habríamos llegado a inhalar o a deglutir en nuestra vida previa al control sobre el fuego. Este elemento transformó cosas más o menos inocuas en objetos peligrosos, por ejemplo, al extraer del carbón un gas que, aunque existe de forma natural, a causa del fuego se multiplicaba su producción y, lo que es peor, la situaba en nuestro entorno. De igual forma, con los actuales procesos y aditivos con que tratamos los alimentos y otras muchas sustancias de uso cotidiano (dentífrico, cremas, geles, medicamentos, etc.) estamos sometiendo a nuestros cuerpos a un aporte constante de numerosas y diversas sustancias que no existían de forma natural. Como la vida es adaptación, nuestros organismos intentan aprender a asimilar esas sustancias o a buscar una vía por donde expulsarlas, y para eso tienen que experimentar, en parte jugando con el azar y en parte con la idoneidad de aquellos elementos y sustancias con que nuestro organismo trabaja habitualmente para tratar esas nuevas sustancias, es decir, con la afinidad bioquímica entre dichas sustancias y aquellas otras que le son novedosas. Pero claro, combinando esas dos formas de experimentación el proceso puede durar fácilmente un millón de años, y nosotrxs, que como mucho vivimos algo más de cien, encontramos dañino cualquier cambio que altere seriamente las probabilidades de supervivencia de un individuo durante nuestro fugaz periodo de vida.
Los avances en genética auguran que en un futuro no muy lejano lxs científicxs puedan reprogramar nuestros sistemas para adaptarse a esas nuevas sustancias. Pero entonces surgirá de nuevo la vieja disquisición: ¿optamos por la evolución dirigida, o por la evolución natural?
No pretendo plantear ya semejante debate, porque me anticiparía a él en unas cuantas décadas durante las cuales pueden ocurrir muchas cosas que cambien el rumbo de nuestras sociedades, pero sí quisiera volver sobre la discusión inicial, aplicándole las reflexiones hechas a lo largo del texto. Sabemos que una forma de alteración de la conducta es la modificación del lenguaje. Así, el feminismo siempre ha defendido el uso de este instrumento en su lucha contra el machismo social imperante ¿Sería más positivo y efectivo dejar que nuestros modos sociales cambiasen poco a poco de forma “natural”, o resultaría preferible introducir cambios premeditados y conscientes que nos ayuden a acelerar las transformaciones sociales necesarias?
Yo, personalmente, opto por lo segundo en relación a algunos temas. En cambio no me parece acertado usar esa medida en todos los casos, porque la casuística es muy variada y compleja; habría que estudiar a fondo los pros y los contras de aplicar cada método en cada caso, para decidir qué es lo más conveniente. No obstante, la rapidez de los cambios sociales parece recomendar la intervención directa en todos los casos mencionados (lenguaje, cáncer, conductas sociales destructivas), y hacia eso apunto en “El Dilema de la Edad”.
Estamos viendo correr la cuenta atrás en el reloj de una bomba. Sabemos que cuanto más tiempo pasa, más cables pasan de ser inocuos a ser detonadores ¿No será mejor empezar a intervenir cuanto antes en vez de esperar a un Mesías artificiero que quizá no llegue a tiempo?
Sinelo

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