En la transición española de los años setenta, el
grupo Jarcha cantaba “Habla pueblo habla”. Eso me recuerda un relato breve que
escribí hace años, y que publiqué en un blog: “El Hombre Sin Boca”.
El hombre sin boca nunca pudo expresarse
con palabras. El hombre sin boca no fue un niño sin boca. No recordaba cuándo
fue, pero un día se despertó y no tenía boca para expresarse.
El hombre sin boca no sólo no podía reír;
tampoco podía llorar, gritar, gemir ni susurrar. Ni siquiera podía permitirse
la incómoda sorpresa del hipo. Leía la prensa, veía las noticias, y cuando
alguien se le acercaba haciendo encuestas, su reacción era siempre igual: no
decía nada.
El hombre sin boca no encontraba compañía
en nadie. Encontró a una puta y fue con ella a su casa. Follaron como dos
pecadores sin perdón ni necesidad de él. La puta gemía, susurraba, gritaba,
maldecía... Pero el hombre sin boca no decía nada. Ni reía ni lloraba. No pudo
siquiera hacerle saber su placer cuando se corrió; ella simplemente le notó
derramarse; y ya está.
Un grupo de gamberros decidieron patearle
para ver si le hacían gritar; el resultado fue dejarle inconsciente, pero ni
por un instante le sacaron de su silencio. Una flor le atrajo con su perfume, y
trató de arrancarle un piropo, un comentario halagüeño; el hombre sin boca
acarició mudo sus pétalos, insertó en ella su nariz hasta llenarse de polen,
aspirando su aroma, pero no dijo nada.
El hombre sin boca se sentó a ver la
puesta de sol, y éste le saludaba desde el horizonte agitando sus rayos hasta
el punto de que la impresionante mole parecía danzar.
Un vagabundo que pasaba se sentó con el
hombre sin boca. Ya le conocía, y sabía que no diría nada. Por eso le agradaba
su compañía. Cuando se ocultó el sol, el vagabundo dijo «Ya está» y se levantó
para marcharse. En la penumbra del anochecer, el hombre sin boca le miró a los
ojos, y su mirada dijo «Quédate». El vagabundo se volvió a sentar junto a él, y
volvió a decir «Ya está».
A la mañana siguiente, el hombre sin boca
se levantó, se despidió del vagabundo con una mirada, y caminó hasta el centro
de la ciudad. A nadie le extrañó su presencia. Sabían que el hombre sin boca
necesitaba expresarse. Se desnudó en pleno centro, y extendió su cuerpo
estirando brazos y piernas cuanto daban de sí a la vez que permanecía de pie,
como expandiéndose en un inmenso grito.
De pronto, un elevado chillido partió en
dos el aire de la ciudad, y todo el mundo se asustó. Le miraron, y vieron que
no sólo tenía una gran boca; además, tenía la mayor potencia de voz que
hubieran oído jamás. El grito aumentaba de intensidad rápidamente, haciendo
sangrar a miles de oídos. Cuando su grito superó el límite de la capacidad
humana, aún siguió subiendo un rato. Y luego, el hombre sin boca se partió en
dos tan repentinamente como había nacido su grito.
El vagabundo, que pasaba, miró sus
restos, y sobre ellos escupió un sucio salivajo a modo de epitafio.
– Es mejor soltarlo poco a poco... -se
marchó, pensando en voz alta-.
Iba a terminar la frase, pero miró atrás;
un sabor entre salado y amargo le llenó por dentro, y se marchó callándose lo
que iba a decir mientras sentía cómo se le encogía la boca.
En estos días de crisis económica mundial, de
escalada de conflictos a nivel mundial, de pactos ultrasecretos por el control
del comercio y de la legislación a nivel mundial, no puedo dejar de enviar este
mensaje:
Habla, Humanidad, Habla.
Habla antes de que tengas que gritar para hacerte oír
o, peor, que te hagan gritar de pura agonía. Y por Humanidad aludo a cada
persona de este planeta, cualquiera que sea su condición, libre o esclava, su religión,
su ideología, su nacionalidad, su identidad sexual, o su filosofía de vida.
Habla.
Y lee: https://t.co/b2osHLHLPd
Sinelo
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