En este día de
reivindicación del respeto mutuo entre hombres y mujeres me permito recuperar
un fragmento de mi artículo "¡Ay, Dios, qué tribu!".
«Mi yo pacífico surgió en mi
adolescencia, cuando me di cuenta de que no deseaba terminar nunca una pelea si
era yo quien salía perdiendo, y que eso me avocaba al sinsentido y a la
injusticia. Mi pacifismo nació entonces como una consecuencia lógica de ese
razonamiento, extendiendo a los pueblos la justicia, nobleza y honestidad que
deseaba para las personas.
No obstante, aun sin saberlo, todavía
seguía siendo profundamente machista. Incluso después de años de convivencia
con mujeres a igual y distinto nivel, mi falta de visión se prolongó durante el
tiempo suficiente y con la intensidad necesaria para que algunos rasgos de
maltratador comenzaran a brotar en mi comportamiento.
Cuando alguna amiga valiente y sincera,
junto a mi familia, me echaron en cara mi conducta fue cuando mis ojos se
abrieron y empecé a ubicarme por fin dentro de la sociedad, y esa reflexión me
llevó, como al jefe de la tribu, a cuestionarme nuestro lugar en el planeta y,
por extensión, en el universo».
Sinelo
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