La Naturaleza,
ese ente al que hemos personificado a partir de toda la suma de fenómenos
físico-químicos del universo, parece un proyecto destinado en primera instancia
al perfeccionamiento de lo existente y, en términos temporales y atemporales, a
la eternización. En ese proceso, al menos hasta lo que sabemos, referido
únicamente a este mismo planeta, sólo en una ocasión permitió una extinción
masiva provocada por la expansión de un ser vivo: las cianobacterias, que
liberaban oxígeno a la atmósfera, elemento altamente tóxico para la casi
totalidad de los seres vivos existentes en aquel tiempo; paradójicamente, y
para nuestro beneficio, el oxígeno atmosférico proporcionó una poderosa fuente
para la energía de las células, lo que aceleró la evolución y propició la
aparición de seres cada vez más complejos.
La
proliferación del ser humano, a la vista de su actual capacidad de destrucción,
no ya de sí mismo, sino de su entorno, parece que en principio sólo podría tener
dos efectos a medio y largo plazo, aun cuando a muy largo plazo, sólo uno de
esos dos efectos predomine y perdure. Por una parte, existe la posibilidad de
que nos destruyamos solamente a nosotros y a algunas otras especies, con lo
cual la vida en el planeta se repondrá a la larga, adaptándose a los nuevos
entornos creados (y, en su caso, vueltos a destruir) por nuestra propia mano. O
bien puede que arrasemos el planeta de tal forma que durante mucho tiempo,
millones de años quizá, sea impensable la existencia de vida compleja sobre el
mismo.
Pobreza,
desempleo, contaminación, injusticias sociales, siempre han existido, pero en
el Primer Mundo apenas nos han conmovido lo bastante para hacer algunos gestos
superfluos, suficientes sólo para adormecer nuestras conciencias. Resultaría
hipócrita negar que, dado el progreso humano, todas las guerras, injusticias y
egoísmo han evitado que la humanidad se extienda hasta límites insostenibles
para el planeta; aun cuando pueda parecer cínico sostener esa afirmación y
considerarse defensor de la igualdad, la solidaridad y la empatía. Pero es
precisamente la defensa de estos y otros valores igualmente antepuestos a la
mera supervivencia, como la democracia, lo que debería suscitar en nosotros el
nacimiento de ideas que hagan compatibles ambos aspectos de nuestras
sociedades.
Así, estamos
viviendo una época en que la división entre ecologismo y progreso, pobreza/paro
y generación de riqueza, justicia social y poder/dominio, en definitiva, entre
izquierda y derecha, parece avocar a la humanidad a una macro-guerra civil por
la defensa de una u otra forma de entender el mundo y a la propia sociedad.
En esa
obcecación estamos perdiendo de vista que no somos más que soldaditos de plomo
al borde de un horno que amenaza con engullirnos a todos. Sólo somos seres
vivos, iguales a aquellos a los que hemos catalogado dentro del reino animal,
que han evolucionado tecnológicamente hasta el punto de ser capaces de
modificarse profundamente a sí mismos, tanto en un plano físico como psicológico.
Pero en esa evolución hemos olvidado algo muy elemental.
Desde mi
prácticamente nulos conocimientos de historia y antropología, me voy a permitir
postular lo siguiente. Los grupos humanos vivieron inicialmente integrados
perfectamente en la naturaleza. Incluso los primeros asentamientos humanos no
se consideraban a sí mismos sino meros anidamientos. Al volverse las viviendas
más "artificiales", en el sentido de la complejidad de su
construcción, fue cuando esos grupos humanos empezaron a concebirse más y más
apartados de la Naturaleza. No obstante, hoy sabemos que esa diferenciación es
completamente falsa, artificiosa. La ciencia médica nos lo descubre día a día,
casi siempre sin ser consciente de la trascendencia filosófica de sus
descubrimientos.
Es por todo
ello que necesitamos ser conscientes de que, izquierda o derecha, progresismo o
conservadurismo, estamos viviendo todos en un mismo escenario, con unas
necesidades muy claras, y en el caso de que no nos pongamos de acuerdo acerca
de cómo compaginar el progreso tecnológico y la subsistencia digna de todo ser
humano, quienes vamos a salir perdiendo vamos a ser todos nosotros.
A simple
vista, como titulaba este texto, somos un grave error de la naturaleza, como
hijos que se han vuelto contra sus creadores y están destruyendo hasta su
propia casa común. En nuestra mano está tener la sabiduría, honestidad y humanidad suficientes para convertir
ese título en un grave error de este memo ignorante.
Sinelo
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