Con el separatismo
catalán estamos viendo cuál puede ser el resultado de tener como gobernante a
un cobarde inepto como Rajoy (y si no lo es, tendremos que reconocerle como
profundamente egoísta), o a un ladrón desalmado como Artur Mas (salvo que
prefiera que se le tache también de inepto, egoísta, mal demócrata y traidor,
entre otras cosas, a sí mismo).
La respuesta de Rajoy
ante las peticiones legítimas de un referéndum legal para conocer el alcance de
las aspiraciones separatistas de una parte del pueblo catalán siempre fue el
ladrillo constitucional, como si fuera imposible cambiar éste, cuando PP y PSOE
nos demostraron a hurtadillas lo maleable que es (la suma de pactos de estado
que se están pidiendo últimamente —violencia
machista, educación…—
sugiere de hecho que nuestra constitución, casa avejentada, precisa de muy
profundas reformas, por no decir de una completa remodelación). ¿Cuál es
entonces el motivo de su negativa al cambio? Su miedo atroz a perder el voto
más ultraespañolista: cobardía egoísta.
Pero la reacción de Mas
no fue nada ejemplar. Tras años de saqueo de las arcas públicas catalanas en la
banda de los Pujoles, como delfín del cabecilla, esto es, del mayor corrupto,
Mas diseñó rápidamente un proyecto separatista al ver plantada en Madrid la
mayoría absoluta e inmovilista del PP, sabiendo que de ellos siempre obtendría
las más acérrimas negaciones, las cuales justificarían cada uno de sus bien
calculados pasos dentro del Proces.
Así, como un ladrón
desalmado planificó paso a paso el incendio de Cataluña para ocultar, como
aquel, las huellas de su latrocinio. Pero no conforme con eso, al comprobar
cómo las crecientes evidencias de sus ilegalidades e irregularidades llenaban
más y más minutos de información, en las últimas elecciones ocultó a su banda
en medio de una amalgama de siglas cómplices de su incendiaria huida, y él
mismo se coló en un discreto cuarto puesto, cuando todos sabíamos que el
cabecilla del incendio era él, ladrón sin alma ni vergüenza.
Lo que Artur Mas en su
egoísmo ha olvidado es que Cataluña tiene más que difícil su aceptación como
estado independiente por parte de la comunidad internacional, pero sobre todo, ha olvidado a su pueblo, y no sólo a los
que no le votan. Muchos independentistas tomarán actitudes tan extremas que
renunciarán a la nacionalidad española aunque eso les suponga perder, por
ejemplo, la antigüedad en el desempleo o incluso en la Seguridad Social, de
cara a sus previsibles jubilaciones, e incluso aunque todo ello les lleve a la
indigencia; por no hablar de los laberintos legales a los que les avoca una
proclamación de independencia sin el menor reconocimiento por parte de los
demás estados, y muy especialmente por parte del estado español. Olvida también
Mas que los no independentistas pueden esgrimir sus mismas argumentos e
incurrir en desobediencia civil a las leyes del nuevo estado catalán; hasta
podrían actuar contra él como traidor al juramento o promesa que hizo al tomar
posesión de su cargo institucional dentro del estado español.
Odio tener que ser yo
quien dé ideas que podrían salvar el culo a Rajoy y quizá hasta dar al PP una
nueva victoria electoral, pero ante un problema tan grave y la cobarde y
egoísta cerrazón de sus gobernantes, es el
pueblo el que ha de demostrar sensatez y valentía.
De modo que los
catalanes españolistas podrían convocar una
gran movilización en contra del Proces
(y ésta sí que tendría el apoyo de mayoritario de la de la sociedad catalana,
según el número de votos de las últimas elecciones autonómicas) la cual no
tendría por qué limitarse al rechazo frontal de la independencia, sino que a la
vez podría reivindicar, sumando así
aún más apoyos, una salida negociada y
consensuada a las tensiones independentistas. Incluso en toda España se
podrían producir movilizaciones en este sentido exigiendo esa negociación al
nuevo gobierno que salga de las urnas el 20D.
En cualquier caso, en
este momento lo peor que nos puede pasar es tener a un pueblo callado y
expectante a la espera de las decisiones que tomen políticos cobardes y
egoístas, como están probando ser los que tenemos. En este momento, que exige
sensatez y madurez democrática, es el
pueblo soberano el que debe reivindicarse como verdadero defensor de sí mismo
y, por ende, de la democracia y de la convivencia pacífica.
Sinelo
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